
Mientras Alejandro Armenta anda en su ‘ya se la saben’, trasciende que los fideicomisos del Poder Judicial fueron vaciados sin siquiera el consabido ‘el golpe avisa’.
Claudia Sheinbaum tiene en la experiencia de la política exterior de Adolfo López Mateos la alternativa frente a Donald Trump, embarcado en su propia guerra.
Opinión07 de abril de 2025 Raymundo Riva PalacioAnte el radical cambio de reglas global para el comercio de Donald Trump, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó un plan para fortalecer la economía interna, como una alternativa concreta a un mundo que será diferente al que todos hemos conocido. A partir del Plan México buscará acomodarse a esta nueva realidad, pero a su estrategia le falta una pata: ¿cómo lidiar políticamente con un presidente atrabiliario, insaciable, demandante y violento? El plan no resuelve lo que ya está haciendo Washington, apretando para subordinarla a Estados Unidos.
La administración Trump quiere encerrar a Sheinbaum y al gobierno. En la reunión con Kristi Noem en Palacio Nacional a finales de marzo, de manera suave aunque directa, la secretaria de Seguridad Interna le comentó que tendría que privilegiar la relación estratégica con Estados Unidos sin vínculos comerciales con China y Rusia, reduciendo el nivel de relaciones bilaterales con esas naciones y alejarse de bloques como los BRICS, originalmente un grupo de cuatro países emergentes –Brasil, China, India y Rusia–, que nació hace 25 años.
Esta presión sutil se suma a la que está ejerciendo de manera creciente la Casa Blanca contra la narcopolítica, tomando acciones que, aunque en los mensajes que han enviado a Palacio Nacional resaltan que son dirigidos a los cárteles de la droga, también les han anticipado que la entrega de capos no es suficiente y requieren, como señal de que Sheinbaum habla en serio en el combate al crimen organizado, acciones contra miembros de la clase política.
La última preocupación presidencial tiene que ver con Manuel Bartlett, que súbitamente subió de perfil recientemente por las revelaciones de los nexos de su pareja, la empresaria Julia Abdala, con la familia Weinberg, que tiene abierto un juicio en Florida por presunta corrupción con el exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna. El trasfondo de la preocupación de Sheinbaum tiene que ver con las imputaciones contra Bartlett en el secuestro, tortura y asesinato de Enrique Camarena Salazar, el agente de la DEA que investigaba al Cártel de Guadalajara en 1985, y cuyo autor intelectual, Rafael Caro Quintero, fue desterrado a Estados Unidos para ser juzgado en Brooklyn. La inquietud en Palacio no es por una relación de Sheinbaum con él, sino por el posible involucramiento con el expresidente Andrés Manuel López Obrador por sus vínculos con Bartlett.
Sheinbaum ha sido cuidadosa para no enfrentarse a Trump y ha cedido en sus peticiones sobre el crimen organizado y migración. Pero como le dijo Noem a la presidenta, no ha sido suficiente. Nada lo será para Trump, que trata a México como un mal necesario por la vecindad geográfica. Rehuir a la beligerancia y darle un spin épico a su manejo, la oxigena en la opinión pública local e internacional, pero no resuelve el problema de fondo y en algún momento esta comunicación política podrá tener rendimientos negativos.
La presidenta necesita una política que le abra opciones en su trato con Trump. Existe en una experiencia probada que le fue muy útil al presidente Adolfo López Mateos, la “independencia relativa” de Estados Unidos en política exterior, que permitió mantener la soberanía mexicana al tiempo de diversificar sus relaciones internacionales, no con el gran enemigo de Washington en aquel tiempo, la Unión Soviética, sino con países que buscaban escapar de la dialéctica de la Guerra Fría en la que estaban sumidas las dos grandes potencias de la época.
López Mateos logró espacios de maniobra política y diplomática con dos presidentes, Dwight D. Eisenhower y John F. Kennedy, en dos momentos cruciales de aquella época de tensión permanente, la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos, donde México fue el único país que se abstuvo de votar en su contra, y la Crisis de los Misiles. En un libro seminal sobre la política exterior de López Mateos, Mario Ojeda, que fue director de El Colegio de México, explicó en Alcances y límites de la política exterior de México (1976), cómo México maximizó ante Washington su posición en el contexto mundial, y mantuvo una relación donde cada país se reservaba el derecho de juzgar por sí mismo los acontecimientos y actuar en consecuencia. López Mateos, que estaba rodeado de un grupo de diplomáticos excepcionales, pavimentó un camino que duraría décadas.
Dentro de la “independencia relativa” fue el primer presidente en viajar a Europa, Asia y África para diversificar las relaciones políticas y económicas, se abrió a América Latina y al Movimiento de Países No Alineados que encabezaban la extinta Yugoslavia, India y Egipto, y se acercó a algunos miembros del bloque socialista, como Polonia. A contrasentido de todo el continente americano, apoyó a Cuba escudándose en la Doctrina Estrada –que detalló históricamente a Estados Unidos–, lo que también contrarrestó las críticas de la izquierda en México. López Mateos, que vivió meses de tensión con Kennedy, fue ganándoselo hasta llegar a decirle que si Estados Unidos entrara en un conflicto, México le cuidaría la espalda.
López Mateos entendía que México no podía estar aislado del mundo, pero que tenía que encontrar una forma para tratar con Estados Unidos sin ser sumiso. La teoría de la “independencia relativa” tuvo combustible por décadas, y le sirvió a Luis Echeverría para votar a favor del ingreso de China a la ONU; a José López Portillo para firmar la Declaración franco-mexicana que dio beligerancia a la guerrilla salvadoreña; a Miguel de la Madrid para impedir con el Grupo Contadora la invasión a Nicaragua, y a Carlos Salinas para condenar la invasión a Panamá.
Sheinbaum tiene en la experiencia de la política exterior de López Mateos la alternativa frente a Trump, embarcado en su propia guerra. Ha tomado pasos en ese sentido, sin estrategia clara, para frenar la expansión china en México y olvidar los cariños a Rusia del sexenio pasado. Noem vino a México para acotar el espacio en el que se mueve, pero Sheinbaum tiene capital político en estos momentos ante Trump para intentar la “independencia relativa” asistiendo a la próxima cumbre de los BRICS en Río de Janeiro en junio, donde podría confirmar su participación y medir la reacción de Washington.
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