
Un gobierno fuerte y dadivoso es mejor calificado que uno que propone dividir el poder. En ese sentido, la nueva generación terminaría viendo con buenos ojos la elección judicial.
De qué tamaño será la crisis desatada que el presidente resucitó el caso Colosio, a 30 años de distancia. No le ha servido de mucho
Opinión08 de febrero de 2024 Carlos Loret de MolaLópez Obrador lleva un mes sin control de la narrativa. Sin control de los temas de discusión pública. En un gobierno cimentado en la saliva del presidente, eso es políticamente letal. En las mañaneras se nota la ansiedad, la desesperación. Los reportes de varios periodistas hablan de crisis en Palacio Nacional, de que López Obrador está del peor humor que se le ha visto en todo el sexenio. No es para menos. Lleva un mes en la lona. Y no está acostumbrado a eso.
Mañana se cumple un mes de que se publicó el reportaje donde su hijo Bobby (Gonzalo López Beltrán) es exhibido en una red de tráfico de influencias para gestionar multimillonarios contratos del gobierno de su papá a favor de sus íntimos amigos. Grabaciones y documentos lo sustentan. Son miles de millones de pesos. Hacen negocio con las medicinas, con equipo médico, en el Tren Maya, en la refinería de Dos Bocas.
La narrativa de que sus hijos son corruptos, son traficantes de influencias persigue al presidente desde el inicio de año. La oposición y su candidata presidencial tomaron la bandera y se la restregó todos los días, y esto obligó a López Obrador a abordar el tema una y otra vez. Además, como el enriquecimiento de los hijos y sus cuates es cierto, el asunto generó crisis personal y política. Los reportes que han circulado hablan de gritos, regaños del papá, reparto de culpas dentro de El Clan, señalamientos entre hermanos, cruce de sospechas sobre “quién filtró esas llamadas”, reclamos desde la campaña de la candidata oficialista.
Cuando el presidente estaba contra las cuerdas por eso, apareció el reportaje de Tim Golden en ProPublica citando que dos testigos protegidos de la DEA señalaron haber participado en un soborno de 2 millones de dólares del cártel de Sinaloa a la primera campaña presidencial de López Obrador, en el año 2006. El #NarcoPresidente lleva varios días como tendencia en redes sociales. AMLO ha tratado de amenazar a Estados Unidos por esto. Luego se echó para atrás. Más tarde advirtió que exigiría una disculpa. Luego que siempre no. Habló con Biden. No le mencionó nada. Vino una funcionaria de altísimo nivel de la Casa Blanca y dijo que el caso estaba cerrado (cosa que el propio reportaje señala), y de ahí trató de colgarse para seguir rechazando la acusación. Pero lleva una semana seguida sin poder parar de hablar de eso. Ya hasta dijo que el periodista es un mercenario, agente de la DEA, que le pagaron por el reportaje. Se exhibe solito.
De qué tamaño será la crisis desatada por estos señalamientos —la corrupción de sus hijos, el dinero del narco en su campaña— que el presidente resucitó el caso Colosio, a 30 años de distancia. No le ha servido de mucho. Es demasiado obvio. De qué tamaño será la crisis desatada por estos señalamientos que el presidente presentó una metralla de reformas a la Constitución, que de aprobarse sin cambios, van a meter al país en una bronca económica de pronóstico reservado. Pero como las presentó cuando ya está terminando su sexenio y no tiene los votos en el Congreso para aprobarlas, no le sirvieron como distractor: él mismo en sus mañaneras ha tenido que seguir refutando lo de #NarcoPresidente.
¿La oposición está aprovechando cabalmente que el presidente lleva un mes en la lona? Eso es otra cosa.
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