
Un gobierno fuerte y dadivoso es mejor calificado que uno que propone dividir el poder. En ese sentido, la nueva generación terminaría viendo con buenos ojos la elección judicial.
Ante las protestas por la reforma judicial, toda una pléyade de morenistas ha decidido traicionar su propia historia, sus propias luchas, lo que son y lo que los llevó a tener éxito en el mundo de la política.
Opinión05 de septiembre de 2024 Carlos Loret de MolaClaudia Sheinbaum marchaba y se manifestaba cuando era estudiante. López Obrador bloqueaba avenidas e instalaciones públicas estratégicas. Fernández Noroña se quejaba de que los policías bloqueaban el paso de sus protestas y exigía retirar la fuerza pública del Congreso. Lo mismo Ramírez Cuéllar, que incluso lideró una irrupción a caballo en el palacio legislativo de San Lázaro.
Ricardo Monreal denunciaba que la aplanadora oficialista cambiaba al Congreso de sede con tal de aprobar sus reformas sin tomar en cuenta el punto de vista de la oposición. Dolores Padierna tomó la tribuna decenas de veces y dio encendidos debates lamentando que una mayoría se disponía a aprobar leyes despreciando la crítica y diluyendo otras formas de pensamiento. Ifigenia Martínez se encumbró en la izquierda de la calle. ¿Cuántas manifestaciones y paros no organizaron, animaron, respaldaron y hasta financiaron Lenia Batres y su siempre rijoso hermano Martí? Rosa Icela Rodríguez era periodista en un medio de comunicación crítico del gobierno en turno que daba voz a muchos de estos desplantes opositores. La bancada de la CNTE que hoy milita en Morena se hizo famosa por realizar paros de labores por meses, bloquear calles y avenidas, desquiciar el tráfico y combatir por todos los medios la entrada en vigor de una reforma constitucional (la educativa), y eso que fue aprobada ampliamente por el oficialismo y la oposición. Olga Sánchez Cordero y Arturo Zaldívar estaban en contra de la elección de jueces por voto popular y defendían sus sueldos y pensiones.
Hoy, esta pléyade de morenistas ha decidido traicionar su propia historia, sus propias luchas, lo que son y lo que los llevó a tener éxito en el mundo de la política.
Hoy, insultan a los estudiantes y minimizan sus protestas. Les dicen manipulados. Descalifican a los trabajadores del Poder Judicial que están en paro. Les dicen corruptos, serviles a los oligarcas. Lloriquean por las marchas y manifestaciones. Tratan de impedirlas, anularlas y hasta amenazan con denuncias penales a quienes las encabezan y respaldan. Insultan a los que bloquean la Cámara de Diputados y el Viaducto de la Ciudad de México. Cambian la sede del Congreso, hacen de una unidad deportiva la sede alterna para cambiar la Constitución, restringen el acceso con un robusto cerco policiaco. Adentro, usan la aplanadora sin rubor para aprobar una reforma constitucional que no consensaron con nadie más, con ningún partido de oposición. Insultan y calumnian a los periodistas que dan voz a la oposición.
Voy más allá. La futura presidenta de México no solo marchó como universitaria sino que encabezó con otros una huelga estudiantil en la UNAM. Y tanto ella como López Obrador, Monreal y varios más trataron de impedir que se instalara la legislatura en el 2006, lograron que fuera la última vez que un presidente (Fox) diera su Informe de gobierno en el Congreso y luego quisieron impedir, con candados y cadenas, la toma de posesión de Calderón.
Menciono una huelga y dos intentos de impedir la instalación del Congreso y la toma de posesión presidencial, porque hoy se tiran al piso por un paro y unos bloqueos mucho menos agresivos en San Lázaro.
Por no recordar a los muchos más que hoy cobran y despachan en el obradorato, mientras se llenan la boca para fustigar al “ominoso periodo neoliberal” del que formaron parte, cobrando y despachando en el PRI y el PAN. No los enlisto porque me faltaría espacio en esta columna.
Un gobierno fuerte y dadivoso es mejor calificado que uno que propone dividir el poder. En ese sentido, la nueva generación terminaría viendo con buenos ojos la elección judicial.
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