Estrictamente Personal. Crisis en Palacio

Sheinbaum ha mostrado su frustración por la falta de control en la crisis del escándalo en la Marina, lo que permite entender el discurso de Raymundo Morales, que está alineado a sus intenciones.

Opinión18 de septiembre de 2025 Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

La narrativa que impulsó Andrés Manuel López Obrador durante su presidencia, que sostenía que había acabado con el huachicol, está colapsando, mientras que en Palacio Nacional la temperatura está subiendo porque no logran enfriar el escándalo en la Marina, que se ha convertido en una prueba del fracaso del expresidente al caerse sus mentiras, y una de ácido para la presidenta Claudia Sheinbaum, que es el termómetro de la crisis que se vive en su oficina, porque la investigación sobre la corrupción pega no sólo en altos mandos de la Marina, sino también salpica a dos hijos de López Obrador, a quien trata de cuidar.

Hace dos martes, en medio del escándalo por la participación de dos altos mandos de la Marina, sobrinos políticos del exsecretario Rafael Ojeda, Sheinbaum perdió el temple y regañó a un reportero por el fraseo de una pregunta donde sugería mano negra por la extraña muerte de dos marinos –todavía no aclaradas–, cuyo contexto era la implosión en la Armada. Al terminar la mañanera de ese día, reprendió con violencia oral a su coordinador de asesores y estratega de comunicación, Jesús Ramírez Cuevas, porque no había podido parar el tsunami de información negativa contra el régimen, y le ordenó una ofensiva digital para contrarrestar las críticas que, dicho sea de paso, fue masiva y rabiosa.

Pero lo más importante de ese día vino después. La presidenta convocó a una reunión de urgencia para enfrentar la crisis que había colocado cargas de profundidad en la Marina, donde estuvo su mano derecha, el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, representantes de la Armada, de la Defensa Nacional, así como Ramírez Cuevas y el jefe de Oficina, Lázaro Cárdenas, que fue quien recomendó al almirante Ojeda con el entonces presidente electo López Obrador para el cargo de secretario, porque llenaba el perfil que buscaba: no pertenecer a ningún grupo. El hecho de que sus sobrinos políticos fueran oficiales de la Marina no le importó; el conflicto de interés nunca le causó preocupación ni le generó alertas.

La reunión en Palacio Nacional fue para trazar una estrategia que contuviera los daños a la Marina, que durante años fue la institución militar más confiable para el gobierno mexicano, y la única que mantuvo siempre un fluido intercambio de inteligencia con Estados Unidos en materia de crimen organizado. Una secuela de la estrategia, al parecer, fue el durísimo discurso del secretario de la Marina, almirante Raymundo Pedro Morales, el martes en el marco del desfile militar del 16 de septiembre. El almirante reconoció las frutas podridas en la secretaría, pero subrayó que comenzaron a cortarlas desde adentro, sugiriendo que la institución se mantenía limpia.

El cabo suelto en esta ecuación es el almirante Ojeda, que tenía todo el respaldo de López Obrador, pero fue negligente en los asuntos internos, como ha dejado ver la investigación sobre sus sobrinos políticos, a quienes, de acuerdo con personas que vieron su gestión en la secretaría, los dejó hacer lo que quisieran hasta el año pasado, cuando tardíamente quiso ponerles freno. Al no poder con ellos, intentó manejar su sucesión para tener quién le cuidara las espaldas.

Ojeda actuó de manera violenta contra almirantes que habían sido sus adversarios en la lucha por el cargo, para evitar tener contrapesos dentro de la secretaría. Uno fue el almirante José Luis Vergara, la primera opción institucional para el cargo, a quien envió como agregado naval a India. El otro fue el almirante Marco Antonio Ortega Siu, jefe de la Unidad de Fuerzas Especiales que persiguió y capturó a Joaquín El Chapo Guzmán en 2015, a quien investigó en secreto para acusarlo de una presunta desaparición forzada en Guanajuato en 2018. Ambos almirantes son muy cercanos del exsecretario Vidal Soberón, quien se opuso al nombramiento de Ojeda.

El candidato de Ojeda para que lo relevara era el subsecretario, almirante José Luis Arellano Ruiz, cuyo secretario particular era el vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna, uno de los dos sobrinos políticos del exsecretario, que ya se encuentra preso. Arellano Ruiz fue descarrilado en el camino y jubilado antes de que se decidiera la sucesión en la Marina, con lo cual se quedó sin posibilidades de blindarse. La única apuesta que tenía Ojeda con el gobierno entrante era García Harfuch, a quien conoció en Guerrero; él como comandante de la 8ª Región Naval en Acapulco, y el secretario como delegado de la Policía Federal en Guerrero.

La relación no le alcanzó cuando comenzaron a salir los vínculos de sus sobrinos políticos con el huachicol fiscal y probables delitos de delincuencia organizada en las aduanas. Tampoco podía contar con el apoyo del secretario Morales, porque su relación con él nunca estuvo en buenos términos. Aun así, por el daño que el escándalo de sus sobrinos políticos estaba causando a la institución, se trató de blindarlo públicamente y separar los actos criminales de él.

En la reunión en Palacio Nacional, Sheinbaum le pidió a García Harfuch que se reuniera con el almirante Ojeda, sin haber trascendido si ese encuentro se concretó. La idea de la presidenta es que lo incluyan en las reuniones de estrategia para cuidar a la Secretaría de Marina como institución, aunque existen fuertes dudas que puedan navegar con éxito de la tormenta en que se encuentra.

Sheinbaum ha mostrado en las reuniones de gabinete su frustración por la falta de control de la crisis, lo que permite entender el discurso de Morales, que está alineado a sus intenciones. El secretario estableció los términos sobre los que está pensando operar la presidenta, al hablar en pasado sobre las recientes acciones internas contra la corrupción, que fueron cañonazos al corazón de Ojeda. Dijo que callar los actos criminales de los marinos era “absolutamente imperdonable” –como hizo su antecesor–, y que la opción no era el disimulo –como actuó el exsecretario–, ni el silencio los definiría, describiendo la actitud de su antecesor.

El golpe retórico, sin embargo, no neutraliza el escándalo sobre la institución. Sheinbaum empezó a dar señales internas de que el ajuste en la estrategia no funciona y la avalancha continúa arrastrando a la Marina, planteando hacer responsable a Ojeda de lo que sucedió con sus sobrinos políticos y, probablemente, emprender acciones legales en su contra.

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