Firewall ciudadano: claves y controles. Barataria y sus ordenanzas

El riesgo es evidente: que bajo el discurso de "profundizar la democracia" se esconda un intento por modificar las reglas electorales para favorecer al partido en el poder. .

Opinión15 de agosto de 2025 Miguel Allende Foulques
ChatGPT Image 15 ago 2025, 04_10_07 a.m.

La democracia, debería ser el gobierno del pueblo para el pueblo. Rousseau lo planteó con claridad en su Contrato Social: para ser verdaderamente libres, los ciudadanos deben participar en la creación de las reglas que los gobiernan. Kelsen, jurista y filósofo checo, añadió después dos pilares irrenunciables: libertad e igualdad. Sin embargo, en México, estos principios suelen quedar en el discurso mientras la realidad política opta por caminos menos densos y más “accesibles”. Tenemos el ejemplo a la vista, la actual propuesta de una reforma electoral impulsada por el gobierno de Claudia Sheinbaum plantea una disyuntiva crucial que varios analistas ponen en la mesa: ¿será este un paso hacia una democracia más auténtica o simplemente un instrumento para consolidar el poder de quienes hoy lo detentan? Las respuestas dependen del color del cristal.
  
El sistema electoral mexicano actual, heredero de sucesivas reformas, combina el voto directo con la representación proporcional. Es un sistema mixto. En teoría, este modelo busca equilibrar la elección de representantes por distritos con una distribución más justa de escaños según la votación nacional. Pero la práctica ha revelado sus grietas: un partido puede ganar una elección con el 35% de los votos, por ejemplo, y terminar controlando la mayoría legislativa, dejando inaudible la voz de una parte significativa del electorado. Esta distorsión entre la voluntad popular y su representación real es precisamente uno de los problemas que una reforma debería corregir. Sin embargo, si el proceso mismo de la reforma genera escepticismo, la cosa no avizora buen clima para la participación de la ciudadanía en los debates que vienen. La comisión designada por la Presidencia, compuesta exclusivamente por funcionarios afines, no parece el mecanismo más idóneo para garantizar pluralidad en el diseño de algo tan fundamental como las reglas del juego democrático.  No creo estar exagerando, Pablo Gómez, el presidente de dicha comisión no escatima el arsenal, baste revisar las entrevistas que ha concedido a los medios de comunicación, además del artículo del 10 de agosto que al propósito público Paralelo X, para alertar a los ciudadanos sobre los temas que le dan vuelta en la cabeza.

El riesgo es evidente: que bajo el discurso de "profundizar la democracia" se esconda un intento por modificar las reglas electorales para favorecer al partido en el poder. (¡Vamos! Que la misma Tadei en sus horas intensas, y en las que no, ha favorecido al oficialismo). La historia política de México y del mundo está llena de ejemplos donde las mayorías temporales han utilizado su ventaja para cambiar las normas y prolongar su dominio; Venezuela, Hungría, Turquía, Nicaragua por citar solo algunos. La prueba de fuego para esta reforma será si logra crear mecanismos que garanticen una representación más fiel de la diversidad política del país, o si terminará siendo un instrumento para perpetuar el control de un solo grupo (¿70 años de la dictadura perfecta no bastaron?). Un sistema verdaderamente democrático debería incluir representación proporcional pura, listas abiertas que den más potestad a los votantes sobre los aparatos partidistas y menos discrecionalidad a los dirigentes de siempre, y órganos electorales autónomos con recursos y facultades reales y zanjar el paso de arribistas, ignorantes y fanáticas y fanáticos cuasi religiosos.
 
No soslayemos una cuestión aún más profunda. Si asumimos que existe una crisis de representación en México, está difícilmente se resolverá sólo con cambios técnicos al sistema electoral. Los partidos políticos han perdido credibilidad porque han dejado de ser vehículos de las aspiraciones ciudadanas para convertirse en maquinarias de poder. Una reforma sensata, debe abordar y proponer alternativas para resolver este alejamiento crónico entre la clase política y la sociedad, de no abordarlo se estará pintando una raya mas al colorido tigre.

Debo insistir en la idea de que el cambio democrático requiere no sólo nuevas reglas electorales, sino una nueva cultura política donde los gobernantes entiendan, entre otras muchas cosas, que su mandato es temporal y su lealtad debe ser con la ciudadanía siempre, no únicamente durante las campañas. 
 
Así las cosas, se puede optar por una reforma electoral que fortalezca los contrapesos, garantice la voz de las minorías y consolide las instituciones autónomas (si aún quedará alguna). O puede caer en la tentación de usar la mayoría actual para diseñar un sistema a la medida de un solo proyecto político. Como ciudadanos, nuestro papel es vigilar que este proceso no se convierta en un ejercicio de simulación, ni de legitimación de un propósito que no admite crítica ni cambios, sino en una transformación hacia un sistema donde todos los votos cuenten igual y donde el poder cambie de manos pacíficamente cuando así lo decida la mayoría, como en los últimos 30 años. Al fin y al cabo, así debería ser la democracia: un sistema donde nadie tiene el monopolio de la verdad ni del poder.

Mientras tanto allá en CDMX… Acudimos a la inquebrantable lealtad de Guadalupe Taddei. Por supuesto, la señora Taddei no soñaría con oponerse a lo inevitable. ¿Para qué empezar ahora? Si desde que tomó las riendas del INE, ha sido un modelo de... digamos “principios flexibles”.  

¿Para que el molesto modelo colegiado? demasiado debate, poca obediencia. Bajo su mando, el INE ha adoptado la eficiencia: guías de votación (¿"acordeones"? ¡Solo creatividad administrativa!), presunción de fraudes electorales pasados por alto (¿para qué investigaciones tediosas? Además, ya lo dijo el tribunal electoral, no le corresponde al INE investigar de donde salió el recurso para la música), y funcionarios públicos haciendo de ciudadanos contando votos (¡una audaz fusión de burocracia y ciudadanía!).  

Que tiempos aquellos cuando las elecciones eran aburridamente limpias...  

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