Estrictamente Personal. Los morenos se partieron

Forzar la reelección de una incapaz como Rosario Ibarra en la CNDH fue demasiado, incluso para una bancada que actúa como manada

Opinión13 de noviembre de 2024 Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio
Raymundo Riva Palacio

La cohesión y obediencia prusiana ante Andrés Manuel López Obrador se rompió ayer en la discusión final sobre si Morena respaldaba en bloque a Rosario Ibarra para ser reelecta como titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. La votación se demoró horas mientras las negociaciones hacia el interior de la bancada oficialista buscaba un consenso. El sector más duro de la bancada, aunque minoritario en este caso, presionó para que se respetara la orden del expresidente y se reeligiera a su protegida. La vergüenza de respaldar a una probada incompetente cuyo único mérito fue haber ayudado a López Obrador a colonizar y neutralizar a la CNDH pesó en la división.

Ibarra no estaba en los ánimos de la presidenta Claudia Sheinbaum ni de Morena. Estaba en el interés de López Obrador, que se metió abiertamente en el proceso la semana pasada, cuando quedó eliminada de la terna finalista e instruyó desde Palenque –donde reside desde finales de octubre– que la bancada de Morena la respaldara. No fue una tarea fácil para el coordinador del grupo, Adán Augusto López, ni para el cerebro detrás de él, Alejandro Esquer, el exseceretario particular de López Obrador, que es quien transmite las instrucciones desde Chiapas.

Piedra había quedado fuera de la contienda al seleccionar originalmente el Senado, con el apoyo de Morena y sus dos satélites, el PT y el Partido Verde, a Paulina Hernández Diz, secretaria ejecutiva del Instituto Jalisciense de las Mujeres; Nashieli Ramírez, titular de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, y Tania Ramírez, directora de la Red por los Derechos de la Infancia. Pero llegó la orden y los morenos, maromeros sin pudor ni ética al servicio de López Obrador, eliminaron sin explicación alguna a Tania Ramírez, pese a haber sido la segunda con mayor puntaje.

Fueron las chapucerías que hicieron los pastores de la bancada de Morena para abrirle un espacio en la terna definitiva, pese a que había sido la peor evaluada de todas las candidaturas. Javier Corral, el paria que rescató López Obrador, presidente de la Comisión de Justicia, dijo que el dictamen aprobado en las comisiones unidas para incluir a Piedra, se había hecho para buscar el “consenso político”, dejando ver que no era un asunto de méritos ni buscar al mejor perfil, sino conciliar y atemperar los ánimos ante una decisión ideológica impuesta.

Otra irregularidad solapada por las cabezas de Morena en la cámara fue cuando Piedra entregó sus documentos a la CNDH donde incluyó una carta de apoyo del obispo emérito Raúl Vera apócrifa. La presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Senado, la también morenista Reyna Celeste Ascensio Ortega, dijo que había llegado tarde, por lo cual no la habían considerado. Si lo de Corral fue una atrocidad política, lo de Ascensio Ortega fue un ataque a la inteligencia de todos: normalizar una ilegalidad y una mentira para un cargo donde no puede haber violaciones a las normas ni falsedades.

La increíble búsqueda de la reelección de una funcionaria desacreditada, moralmente cuestionada, pero que sirvió al expresidente a costa de su propia imagen y la historia de su familia, dividió a Morena como nunca había sucedido desde 2015, cuando tuvo su primera bancada, por el rechazo mayoritario de Piedra. Dos terceras partes de las y los 65 senadores de Morena expresaron su oposición a que fuera reelecta, con lo cual se generó una polarización que preocupó en Palacio Nacional porque exacerbaba la lucha entre las facciones del partido en el poder.

La división se extendió hasta ayer, el último día de la definición, y a lo largo de la jornada los morenos tuvieron varias reuniones –una de ellas con Piedra– para lograr un consenso y votar por su reelección. Era tal la molestia que los inconformes comenzaron a hablar con la prensa. El Universal fue el primero en reportar las divisiones y la forma como estaban forzando el consenso, argumentando algunos de sus líderes que era una “decisión de Estado”.

Era una mentira absurda. La decisión no era de Estado sino de López Obrador, que movilizó al coordinador de la bancada, su títere operativo en el Senado –aunque en el Pleno arrogante y soberbio–, y a los más duros del obradorismo para sacar adelante su imposición. Piedra no estaba en el ánimo de la mayoría, por lo notorio de su incompetencia, que había generado un torrente de críticas lapidarias. Piedra fue cuestionada por haber llevado a la CNDH al nivel más bajo e indigno desde que fue creada hace 32 años.

En lo institucional, los cuestionamientos más fuertes fueron por haber claudicado a su mandato de protección y de contrapeso para “plegarse” al proyecto político del obradorato, como dijo Humberto Guerrero, de la organización civil Fundar. Entre los grupos más afectados se encontraron los activistas y los periodistas, por quienes no hizo nada. Tampoco levantó la voz ante el traspaso de la Guardia Nacional al Ejército, una acción denunciada en México y el mundo por verse como antesala de violaciones a los derechos humanos. En lo personal, trabajadores de la CNDH denunciaron varias veces actos de corrupción, pero nunca le pasó nada porque estaba blindada por López Obrador.

Sheinbaum quería en el cargo a Nashieli Ramírez, una experimentada defensora de derechos humanos con quien trató cuando fue jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Desde Palacio Nacional se desplegó una estrategia mediática para impulsarla, donde varias plumas cercanas a la Presidencia o en las viejas nóminas que manejaba el hoy coordinador de asesores de la Presidenta, Jesús Ramírez Cuevas, se pronunciaron por ella para que fuera votada como titular de la CNDH.

Las lealtades de la dirigencia de Morena en el Senado, sin embargo, no estaban en el campo de la Presidenta, sino del expresidente. Los líderes morenos no respondieron a las preocupaciones de Palacio Nacional sobre no profundizar las divisiones y pasaron horas alargando con triquiñuelas parlamentarias la sesión mientras trataban de lograr una votación lo menos rota posible. El daño estaba hecho. Forzar la reelección de una incapaz había sido demasiado, incluso, para una bancada que actúa como manada.

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