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El biógrafo y coleccionista argentino propone que un grupo de notables quede a cargo de la obra de Borges tras la muerte sin testamento de su viuda y albacea, María Kodama
Ciencia y Cultura12 de mayo de 2023 El PaísMar Centenera.
El escritor argentino Alejandro Vaccaro (Buenos Aires, 72 años) tiene una valiosa colección de 30.000 piezas relacionadas con Jorge Luis Borges. En los años setenta, se recuerda como “un lector voraz que leía desordenadamente” todo lo que llegaba a sus manos. En ese ir y venir de libros apareció El informe de Brodie, uno de los libros de cuentos de Borges. “Me cautivó. Me impresionó lo distinto que planteaba cosas que no planteaban otros y comencé a leerlo, a profundizar en sus textos, a asistir a las conferencias que daba, impresionado por una figura tan particular y esa literatura tan seria y compacta. Fue un amor a primera vista”, relata en una entrevista con EL PAÍS celebrada en su departamento de Buenos Aires.
La entrada de la vivienda es un templo dedicado al culto borgeano. Lo domina una estantería con miles de libros del célebre escritor argentino —forrados con papel especial, de ecobotánica, para su preservación— y alrededor pueden observarse también un gran busto del autor, retratos, muñecos y fotografías. En el salón contiguo hay más bibliotecas, atestadas de primeras ediciones de libros de literatura argentina y latinoamericana.
Cinco décadas después del flechazo inicial, Vaccaro es reconocido como uno de los grandes biógrafos y coleccionistas de Borges. El también titular de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y de la Fundación El Libro, organizadora de la Feria del Libro de Buenos Aires, presentó allí días atrás Borges, vida y literatura, su sexto ensayo publicado sobre el autor de El Aleph (1949). Asegura desconocer qué ocurrirá con la obra de Borges tras la muerte sin testamento de su viuda y albacea, María Kodama, pero le gustaría que estuviese controlada por un grupo de notables internacional que decidiese cómo editarla y publicarla.
“Borges es un escritor que fue modificando su obra a través de sucesivas ediciones de sus libros. El Fervor de Buenos Aires de 1923, que estamos celebrando estos días difiere muchísimo del último, casi se podría decir que es otro libro. La versión original tiene 45 poemas y la que actual tiene 32. ¿Qué Fervor hay que leer, el de 1923 o el de 1969? Falta un estudio sensato de las modificaciones que hizo Borges a su obra, de todos esos procesos de cambio”, reflexiona Vaccaro.
Ese poemario inicial, del que se cumplen cien años, fue editado en una imprenta local gracias al impulso del padre de Borges, Jorge Guillermo, otro apasionado de las letras. “El grabado de la tapa lo hizo su hermana, Norah, así que fue una cosa bastante familiar”, señala. Se imprimieron apenas 300 ejemplares, difundidos entre amigos y allegados del escritor.
Borges lo escribió dos años después de haber regresado a Buenos Aires tras una estadía familiar de siete años en Europa —Suiza, Francia, España y Portugal— y haber quedado deslumbrado. “Mi ciudad natal había crecido y era ahora enorme, una población casi sin fin, extendiéndose hacia el poniente, hacia la pampa”, escribió en su autobiografía. “Si nunca hubiera vivido en el extranjero dudo que hubiera podido verla con la fuerza y el esplendor con que entonces la vi”, agrega.
A diferencia de Fervor, Borges se opuso a reeditar algunas de sus obras tempranas, que volvieron a ver la luz sólo después de su muerte, en 1986. “Cuando él trabajaba en la Biblioteca Nacional, en el barrio de San Telmo, llegaban lectores para que les firmase libros. Él ya no veía nada, estaba casi ciego. Y entonces preguntaba: ‘¿Este libro cómo se llama?’ Si le decían, por ejemplo, El tamaño de mi esperanza (1926), respondía: ‘Ah, no, no, yo ese libro no lo firmo porque no lo escribí’. Negaba la paternidad de esos libros, aunque creo que más por coquetería literaria, por pudor”, cuenta Vaccaro.
Pregunta. ¿Le sorprendió que Kodama no dejase testamento?
Respuesta. Me parece un descuido, un descuido importante. Ahora, creo que en el fondo todos nos creemos un poco inmortales y eso nos lleva a no tomar ciertas decisiones, sobre todo en el caso de ella, que no tenía herederos forzosos, o sea, hijos.
P. ¿Cómo cree que debería gestionarse la herencia de Borges?
R. Lo económico, las propiedades y los derechos de autor, les corresponde ocuparse a los herederos. Lo único que me preocupa es qué va a pasar con la obra de Borges, cómo se va a editar. A mi juicio, está muy mal editada. Soy partidario de que un grupo internacional de notables diga cómo debe darse a conocer la obra de Borges.
P. Kodama insinuó que pensaba en dejar la obra borgeana en manos de una universidad de Estados Unidos o de Japón por desconfianza con las nacionales. ¿Usted cree que en Argentina hay instituciones adecuadas para hacerse cargo?
R. Borges es el artista argentino de mayor trascendencia internacional, incluidas todas las épocas y todas las disciplinas artísticas. Consagró su vida a la literatura y todo lo transformó en literatura. Ha habido todo un trabajo para traer manuscritos que estaban en manos de extranjeros y hemos evitado que muchas cosas se fueran. Creo que sí que hay instituciones argentinas capacitadas para llevar adelante esa tarea y cuidar del material como corresponde.
P. Desde 1986 hasta ahora Kodama ejerció un gran control sobre todo lo que se publicó relacionado con Borges y demandó a autores, como a Pablo Katchadjian por El Aleph engordado. ¿Cree que eso cambiará?
R. Creo que el problema no era el control sobre la obra, porque eso en última instancia es la tarea sobre los derechos. Pero yo hice infinidad de muestras y ella siempre se opuso a todo. Yo siempre he dicho que el traje de viuda le quedó grande. Tenía una actitud de creer que era la dueña de Borges y a mí me parece que Borges no tiene dueño. En última instancia, es de todos los argentinos, o del mismo universo. Este año viene a la Feria el traductor de Borges al bengalí porque en las calles de Bangladesh hay lectores de Borges, tiene lectores en lugares bien lejanos. No hablo sólo del mundo occidental sino también de India, China, Corea, Japón.
P. En su biografía de Borges vuelve varias veces sobre la importancia de la amistad para él y también para los argentinos. ¿Qué muestran las cartas y libros como el Borges de Bioy sobre esa faceta más íntima del escritor?
R. Ese libro para mí es extraordinario, porque está el verdadero Borges. Está él como ser literario. Con Bioy hablaba todo el día de literatura y se sumaba [Silvina] Ocampo, que era la mujer de Bioy. Ellos eran políglotas, hablaban y leían en varias lenguas. Para mí Borges es el lector más importante de la historia de la humanidad. O sea, como escritor sin duda está entre los más grandes, pero como lector es insuperable.
P. Kodama contó en varias entrevistas que coincidió con Borges de forma accidental, al chocar por la calle con él, pero en su biografía da una versión distinta. ¿Cómo se conocieron?
R. Nunca lo escuché. Ella era alumna de Borges en la Facultad de Filosofía y Letras y a un grupo de estudiantes entre los que estaba Kodama les propuso, fuera del ámbito de la facultad, estudiar anglosajón y lenguas antiguas. Hay testimonios de gente que estaba en ese grupo. Todo lo demás me parece que es literatura fantástica.
P. ¿Por qué fracasó el primer matrimonio de Borges con Elsa Astete?
R. Porque se aburría horrorosamente con Elsa. Parece ser que a la hora de la cena Elsa y su hijo hablaban de las paradas de los colectivos y de los recorridos. Y un ser literario como Borges se sintió abrumado por esa situación. No eran en absoluto compatibles. Fue un matrimonio que organizó la madre de Borges cuando a los 91, 92 años, se preocupó por quién se iba a ocupar de él cuando ella se muera porque la madre le compraba la ropa y se encargaba de la comida. Les compraron un departamento en la avenida Belgrano y cuando Borges lo vio lo único que pidió es que tuvieran habitaciones separadas.
P. Se cumplen cien años de Fervor. ¿Cuál fue el vínculo de Borges con esta ciudad?
R. Él era un ser de Buenos Aires. Más de Buenos Aires que argentino, porque nuestro país tiene un poco de España, que no es lo mismo ser vasco que catalán, gallego o andaluz. Acá pasa lo mismo con un jujeño, un fueguino o un mendocino. Eso está claro en su obra literaria, como él va reflejando a lo largo de los años ese amor por Buenos Aires y le fue fiel a Buenos Aires y a la lengua.
P. ¿Cómo eran los hábitos de Borges como lector?
R. Borges dejó escrito que entre las tres menos cuarto y las nueve había acometido la lectura de las 480 páginas del María de Jorge Isaacs. O sea, que el tipo se sentaba a las 14.45 y hasta las nueve de la noche leía. No conozco a nadie más. A pesar de los cambios tecnológicos, los tiempos de lectura siguen siendo los mismos que en la Edad Media y la lectura es proporcional al tiempo que uno le dedica. Él dijo una vez “que otros se jacten de las páginas que han escrito, yo me enorgullezco de las que he leído”. Él ha sido un lector extraordinario en tiempo y en calidad. Borges decía que la lectura es una cosa hedónica, que tiene que ser placentera y no se puede imponer. Sería como decir que hay que ser feliz por obligación. No se puede.
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