
Medina Mora Icaza sabe que los que tienen el picaporte real de Palacio son los del Consejo Mexicano de Negocios y que él hereda unas siglas con mucho desgaste.
Si cedemos a la tentación de que Omar García Harfuch es la solución, olvidaremos que nunca habrá paz si no reestructuramos fiscalías y policías locales, y menos si subestimamos la reacción criminal a la nueva estrategia.
Opinión27 de mayo de 2025 Salvador Camarena
El alcalde de Uruapan, Carlos Alberto Manzo Rodríguez, es sólo el más reciente de los políticos que pronuncian en público esa plegaria que, palabras más palabras menos, dice: que venga Harfuch a arreglar la inseguridad. Hay tanto desencaminado en tal frase.
Lo dicho por Manzo Rodríguez forma parte de un intercambio indirecto entre él y la presidenta Claudia Sheinbaum. El primero pidió a su policía que si un presunto delincuente se resiste, recurran a la fuerza letal; la segunda, a pregunta expresa, manifestó su desacuerdo.
A ese primer round reviró el alcalde michoacano: “Que ya mande a Harfuch aquí a Uruapan a poner orden, porque en todos los cerros que rodean Uruapan hay grupos armados de todos los grupos del crimen organizado, matando, extorsionando a los aguacateros, robándose los vehículos”.
Es meritorio que la presidenta tenga a su lado a un policía de carrera, que en un momento lo apoyara contra las grillas de morenistas y que, junto con él, instrumente un viraje en la estrategia de seguridad; pero tales pasos en el sentido correcto no deben llevar a una ilusión.
Los superpolicías no existen (y en México, menos). O sólo existen en series y películas. O en nuestra desesperación. No se puede enviar mañana a Uruapan a Harfuch porque, previsiblemente, a la larga no serviría de mucho.
Harfuch no es la solución para la violencia que padece Sinaloa, o la que azota a Jalisco, ni qué decir de la de Guanajuato, Tabasco, Guerrero, Morelos… Esos incendios, como el michoacano, se deben a deficiencias estructurales, y un solo bombero no va a apagarlos.
Qué bueno ver a Harfuch reunirse con la gobernadora guanajuatense Libia García, como volvió a ocurrir este mes: sin duda eso es mejor que cuando, en el sexenio pasado, Palacio Nacional sólo criticaba a Guanajuato en vez de coordinarse con el gobierno de esa entidad.
De ahí a creer que si Harfuch visita a Libia García, la problemática de esta entidad –que se traduce, para empezar, en “sólo” seis homicidios diarios– se solucionará pronto, es una falacia. Pensar que seis asesinatos al día en abril son vistos como un avance da idea del reto.
Porque Sinaloa, ahí donde el desembarco de Harfuch incluyó pasar varias noches, tiene otros datos: en semanas recientes, como ha documentado Noroeste, la inseguridad tuvo picos similares a cuando empezó la guerra intestina Chapos-Mayos en septiembre.
¿Es entonces un fracaso Harfuch? De ninguna manera. Hay indicios positivos en cifras de incidencia delictiva y existe, desde luego, una nueva actitud gubernamental, una que va a la ofensiva y en la que su figura es representativa y crucial.
Sólo que si cedemos a la tentación de que Harfuch es la solución, olvidaremos que nunca habrá paz si no reestructuramos fiscalías y policías locales, y menos si subestimamos la reacción criminal a la nueva estrategia, que, por cierto, incluye la ayuda de Estados Unidos. (Todo ello sin mencionar los posibles efectos en la impunidad del cambio en los juzgados por la mal llamada reforma judicial).
Y parte de ese autoengaño del superpolicía podría haber crecido en la infausta mañana en la que a Harfuch le llegó la notificación de la doble muerte de colaboradores cercanos de Clara Brugada. Las fotos con su cara son de concurso. Sí, pero la realidad es menos cinematográfica.
Mejor preguntémonos por qué no es generalizado el clamor que pide que manden a cierto lugar a la Guardia Nacional. ¿Será que ese sí es un fracaso redondo? ¿Uno más de los experimentos sexenales que hay que corregir al llegar un nuevo gobierno?
Quitemos a Harfuch la presión de verlo como superpolicía, y menos como precandidato presidencial, carrera en que las grillas por el poder no escatimarían en hacerlo tropezar. Que sea sólo un secretario de Seguridad y que, por el bien de México, a la larga dé buenos resultados.

Medina Mora Icaza sabe que los que tienen el picaporte real de Palacio son los del Consejo Mexicano de Negocios y que él hereda unas siglas con mucho desgaste.

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Medina Mora Icaza sabe que los que tienen el picaporte real de Palacio son los del Consejo Mexicano de Negocios y que él hereda unas siglas con mucho desgaste.