
El sexenio está mudando de piel a una cosa donde se celebran “siete años” de lo mismo. Eso no despresuriza. Puede que desde el régimen sea algo deliberado, un intento de avasallar por agotamiento al no permitir refresco sexenal, ni anual.


La visión progresista del Papa Francisco contravino la visión conservadora de López Obrador, que heredó a Claudia Sheinbaum la frialdad con la Iglesia católica.
Opinión22 de abril de 2025 Raymundo Riva Palacio
La muerte del papa Francisco es, paradójicamente, un alivio para el gobierno de México, cuando menos durante casi tres semanas, que es cuando se elegirá a un nuevo jefe de la Iglesia católica. Francisco, un jesuita con un interés personal en el tema de la inseguridad y la democracia, fue una molestia para el régimen, que se tradujo en tensiones permanentes con el Episcopado Mexicano. La tirantez pública entre el expresidente Andrés Manuel López Obrador y sus representantes se disipó con la presidenta Claudia Sheinbaum, pero la mala relación con el Vaticano se mantiene.
No se sabe quién será electo como nuevo papa y pese a que dos terceras partes de los cardenales que decidirán su sucesor fueron nombrados por él, es incierto si la visión progresista de Francisco continuará. Su paso reformador como jefe de más de mil millones de católicos enfrentó las resistencias de una fuerte corriente conservadora encabezada por el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, quien llamó a su papado como “un barco sin timón”, y de gobiernos autócratas a los que también enfrentó.
El año pasado, en Trieste, afirmó que “la democracia no goza de buena salud en el mundo actual”, y calificó como “la escoria de la ideología” a las políticas populistas. “Las ideologías son seductoras”, agregó. “Algunos las comparan con el flautista de Hamelín. Te seducen, pero te llevan a negarse a sí mismo”. México era uno de los países en donde tenía grandes preocupaciones. Consideraba a López Obrador como uno de esos populistas que llevaban al país a la autocracia, y en el Vaticano pensaban que sería igual con Sheinbaum.
Por ello, meses antes de la elección presidencial se formó un grupo de trabajo de las principales diócesis del país, que enviaba semanalmente un documento a los 92 mil sacerdotes en el país con líneas generales para ser incluidas en sus homilías, como parte de una política marcada desde el Vaticano. No hicieron un llamado a votar contra Sheinbaum, pero buscaron concientizar a los católicos para que pensaran en otras opciones.
Cuando llegó López Obrador a la Presidencia, Francisco ya era papa, y desde el principio mostró poco interés en tener buenas relaciones con la Iglesia católica, negándose reiteradamente a reunirse con sus líderes. Era tal su desinterés, que cuando tomó la decisión para el relevo del embajador ante el Vaticano, en una no tan increíble equivocación, nombró al periodista Alberto Barranco como representante de México, aunque a quien le habían sugerido para el cargo era Bernardo Barranco, uno de los grandes conocedores de la Iglesia católica en México.
La visión progresista de Francisco contravino la visión conservadora de López Obrador, que heredó a Sheinbaum la frialdad con la Iglesia católica. Uno de los puntos más álgidos fueron las críticas del régimen al papel de los jesuitas, que buscaban el esclarecimiento del crimen contra los normalistas de Ayotzinapa. A finales de 2023, acusó a Mario Patrón, el respetado abogado y exdirector del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, de abogar por los 43 jóvenes al tiempo de defender los derechos humanos de quienes los desaparecieron, lo que fue desmentido por los jesuitas. López Obrador, incapaz de resolver el crimen, buscó distraer con difamaciones a los jesuitas y organizaciones de derechos humanos, que decían internamente que sólo estaban lucrando política y económicamente con los padres de las víctimas.
El quiebre con los jesuitas, sin embargo, se dio a mediados de 2022 por el asesinato de dos de sus sacerdotes en la Sierra Tarahumara, cuando señaló que había religiosos “que no siguen el ejemplo del papa Francisco”, acusándolos falsamente de callar la violencia del pasado. Francisco estuvo siempre muy pendiente del tema de la inseguridad, y de manera regular iba una comisión de obispos a Roma para informarle el estado de cosas. Las noticias siempre eran malas. En el sexenio pasado asesinaron a 10 sacerdotes, dos desaparecieron, se registraron cerca de 900 extorsiones y amenazas de muerte contra miembros de la Iglesia católica, y cada semana 26 templos fueron atacados, profanados y asaltados, de acuerdo con el informe anual del Centro Católico Multimedial.
El enfrentamiento de la Iglesia católica con López Obrador condicionó a Sheinbaum, que en marzo del año pasado acudió a una convocatoria del Episcopado Mexicano para firmar, junto con otros candidatos presidenciales, un acuerdo de paz. Lo hizo, pero aclaró que no coincidía con los planteamientos, en particular sobre la militarización del país, que negó existiera. En el Episcopado se tomó como una descortesía lo que había hecho, y algunos pensaron que hubiera sido mejor que no firmara nada.
Ni López Obrador ni Sheinbaum son católicos, lo que no impedía una buena relación con la Iglesia católica. López Obrador, sin embargo, ignoró al catolicismo para apoyar a los evangélicos, que votaron por él en la elección de 2018. Sheinbaum, de origen judío, no tiene esa predilección, ni interés real en una buena relación con el Vaticano, una religión que profesa 77% de la población. No lo necesita. Para eso están los programas sociales, donde el materialismo inmediato opaca la fe.
La muerte de Francisco convino políticamente al régimen. Francisco era de verdad en su opción por los pobres, no un farsante. En Trieste pidió alejarse de “la polarización que empobrece”, y descalificó las políticas sociales clientelares, enemigas de la democracia, que deshumanizan y hacen inútil a la gente. Sin hablar directamente de López Obrador, le había hecho un traje a la medida. La democracia de Francisco era la que practicaba una sociedad incluyente, “que se confronta libre y secularmente, donde se arriesga a la confrontación aportando sus propios ideales y razones, que es donde germina la libertad”.
Los gobiernos autócratas tendrán oportunidad para sacudirse la visión liberal y progresista del papa muerto, incidiendo en la elección de su sucesor, como hizo el presidente Ronald Reagan al impulsar a Juan Pablo II y convertirlo en su principal soldado de la Guerra Fría. Al mismo tiempo, podrán quitar esa losa de la espalda a países que, como México, consideraba en retroceso democrático, y que, al confrontarlos por su naturaleza, les molestó tanto por años.

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