
La presidenta Claudia Sheinbaum premia a una colaboradora de antaño como Esthela Damián que habrá de tener como única agenda, y absolutamente nada más, la que la mandataria decida.


La presidenta electa sabe que ganó con mérito, pero que no hubiera triunfado sin la fuerza que tiene López Obrador en el electorado.
Opinión19 de agosto de 2024 Salvador Camarena
A partir de mañana restan seis semanas para el relevo presidencial. 42 días que podrían ser vistos, jornada a jornada, como el último maratón de Claudia Sheinbaum en su cohabitación con el genio y peso de alguien como Andrés Manuel López Obrador.
Este domingo el presidente y la presidenta electa concluyeron sus giras nacionales, ese inédito tour donde el primero fue trasladando compromisos y encargos a la segunda; un ritual tan criticado como lleno de símbolos de lo que se pretende sea un nuevo régimen.
Desde el 2 de junio ella ha ido consolidando su nueva persona. Se ha transformado en alguien que domina la escena sin los aspavientos de la campaña, que se permite sonreír sin perder la parsimonia de la teatralidad del poder para mandar contundentes mensajes.
Y, sin embargo, la real personalidad de la primera presidenta de México aún está por descubrirse. La espesa sombra de AMLO –su absoluta centralidad en el debate y el monopolio que ejerce de la agenda– obliga a esperar el auto destape de Sheinbaum.
Ella misma parece asumirlo así. Día a día desde su triunfo, y ante la recta final del sexenio de Andrés Manuel, ha hecho gala de disciplina para aguardar su momento, para no adelantar tiempos, para disimular su opinión ante arrebatos del mercurial hombre de Palacio.
Quizá por eso es que aún no da una entrevista larga, una charla donde debata prolijamente su prospectiva; evita soltar cualquier reformulación del programa, o ajustes del ideario a (malas) realidades presupuestales fáciles de anticipar: ni un sólo adelanto de su gobierno.
Incluso en discursos como los del jueves (el solemne en la sede del tribunal, el festivo en el Metropolitan), se guarece en su plataforma de 100 compromisos para subrayar la ruta; y ya adelantó que lo mismo hará el 1 de octubre cuando asuma formalmente la Presidencia.
La presidenta electa sabe que ganó con mérito, pero que no hubiera triunfado sin la fuerza que tiene López Obrador en el electorado. Ella recibió en las urnas el mandato de seguir lo que el tabasqueño inició. ¿Por qué entonces se insiste en que se deslinde o rompa?
Sheinbaum ve misoginia en esa demanda recurrente. Ella tendrá sus razones. Empero, cuando una y otra vez cierta prensa la dibuja, con palabras o pinceles y pixeles como un títere, y también cuando otros quisieran verla “más suelta”, se reedita algo habitual hasta 1994.
Las alternancias de 2000 a 2018 no fueron ocasiones para la especulación de continuidad. Parece una obviedad decirlo, pero tampoco cuando el PAN repitió en Los Pinos se hubiera esperado tal cosa. Así que parte de lo que hoy ocurre es una vuelta al siglo 20.
Sin embargo, no porque haya reminiscencias hay condena o garantía de nada.
Ni quienes asumen sin chistar que no podrá “quitarse” de encima a un político tan poderoso (de enorme influencia incluso desde antes de ser mandatario), ni quienes juran que hay magia independentista al sentarse en la silla del águila, poseen garantía de lo que será el futuro.
Para seguir el hilo de ver analogía como profecía inescapable: ni los casos del mangoneado maximato, ni Zedillo constituyen guiones infalibles.
Sólo Claudia conoce la definición de autonomía que avizora, y cómo ha de labrarla. Y sabe, porque ha quedado demostrado bastantes veces, que su capacidad y lealtad le ha llevado al histórico lugar que ocupa.
Y sabe que cada día cuenta. Le faltan 42 de transición a partir de mañana. Nueva prueba para su resistencia y oficio. Ya veremos su estrategia para ganar este nuevo maratón.

La presidenta Claudia Sheinbaum premia a una colaboradora de antaño como Esthela Damián que habrá de tener como única agenda, y absolutamente nada más, la que la mandataria decida.

Lo que está en juego no es sólo la relación entre una presidenta y su mentor político. Es la posibilidad de que México tenga, por primera vez en siete años, un gobierno que no dependa del caudillo para tomar decisiones.

El sexenio está mudando de piel a una cosa donde se celebran “siete años” de lo mismo. Eso no despresuriza. Puede que desde el régimen sea algo deliberado, un intento de avasallar por agotamiento al no permitir refresco sexenal, ni anual.

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