El PAN y sus definiciones

En la negación de sí mismo, el panismo postuló en esta elección a Xóchitl Gálvez, a quien le avergonzaba representar al partido, se definía como “progre” y se distanciaba constantemente de ellos y sus gobiernos

Opinión25 de julio de 2024 Juan Ignacio Zavala
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Mientras aguas turbulentas azotan lo que queda del priismo, el PAN se prepara para hacer un relevo en su dirigencia. Si duda será un cambio saludable, toda vez que Marko Cortés es uno de los dos políticos más desprestigiados del país junto con Alito Moreno. No es casual que teniendo ese dirigente los resultados del panismo hayan sido desastrosos. Si, como dice el dicho, “los perros se parecen a sus dueños”, entonces los partidos se asemejan a sus dirigentes.

Por supuesto, es inútil dejar caer la culpa de la debacle panista sobre un personaje tan menor como Cortés. El declive de Acción Nacional tiene varios años y responsables. (varios de ellos, acérrimos enemigos de Marko, que cometieron errores y pifias como las que ahora reclaman al michoacano). Tampoco es necesario hacer una lista de los involucrados. Más bien parece que el panismo debería centrar sus esfuerzos —al margen del cambio de dirigencia— en tomar definiciones: ¿Qué quiere el PAN? ¿A quién quiere representar? ¿En contra de qué está? ¿Qué causas defiende? ¿Cómo se define? Hoy, fuera de balbucear un antipejismo rabioso, no ha ofrecido respuestas a estas preguntas.

La falta de definición del PAN ha sido uno de sus problemas. No en balde un grupo de empresarios e intelectuales ajenos al partido les ha impuesto los últimos dos candidatos presidenciales con los resultados de todos conocidos. El PAN ya no pelea ni su propia representación electoral. Desde que llegó a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador no ha dejado de hablar de la derecha y de los conservadores. Todos voltean a ver al PAN como el aludido, pero por lo visto el panismo se considera de avanzada comunista o de liberalismo radical. Nunca tomó la bandera que, para bien o para mal, le impuso el presidente todos los días.

Durante décadas, el PAN fue el portavoz de varios sectores. Claro, también fue señalado como el enemigo de la revolución y del nacionalismo, una caricatura rancia, pero en la vida pública uno también es su caricatura. De este modo, el PAN fungía como representante político de los católicos, las clases medias urbanas, los empresarios, las familias tradicionales y sus valores, los adversarios del comunismo y el estatismo, en resumen: de la derecha. Ahora no representa nada de eso. De lo que fue, solamente queda la caricatura.

Es curioso que todas esas causas y banderas se las arrebató, ni más ni menos, que López Obrador. México es un país con visiones conservadoras. Eso lo sabe muy bien López Obrador, que es el presidente más conservador que hemos tenido en décadas —incluidos los del PAN—. El presidente, un tipo moralino, un curita de pueblo que castiga la vida de los demás; un hombre de costumbres cerradas que dice que la riqueza de la Nación está en los valores familiares. Es él quien ha defendido y hecho más ricos a los más acaudalados empresarios del país; tiene marcadas actitudes de fanático religioso, el mundo le parece algo extraño, es temeroso del extranjero y de la modernidad.

Es cierto que el PAN, desde su fundación, tuvo una fuerte vertiente católica. Y, por lo tanto, se mueve con culpa. Le dio culpa ganar, le dio culpa ejercer el poder; siente que se contaminó, que fue su peor época y su maldición. El presidente lo sabe y explota esa culpa. Si a los panistas les daba pena decir y profesar su religión, López Obrador llegó a hablar del “supremo creador, se compara con Jesucristo, perseguido por los poderosos, y a los panistas los equipara con los “hipócritas fariseos” que van a misa. Obrador habla de los conservadores y los fustiga cuando es él mismo quien los encarna. Mientras el PAN representó a la derecha creció y ganó. Cuando se alejó empezó a diluirse, a desdibujarse.

A toallazos retóricos, el mandatario obligó a los panistas a sentirse arrepentidos de su conducta pública. Eso, y la sistemática pena que le da al panismo tener “mala prensa”, los arrojó a la nadería política. Los panistas hoy se definen en negativo: “yo no soy fifí, pero…”, “no soy de izquierda, pero estoy a favor de los programas sociales”, “no soy de derecha, pero estoy a favor de la libre empresa”, “no soy ultra, soy de centroderecha”, dicen para matizar la diestra, ignorando que “el centro“ya no representa nada. En la negación de sí mismo, el panismo postuló en esta elección a Xóchitl Gálvez, a quien le avergonzaba representar al PAN, se definía como “progre” y se distanciaba constantemente del panismo y sus gobiernos. Si Calderón es el villano favorito de López Obrador, el actual dirigente del panismo le dio la razón al decir que la culpa de la derrota en la elección fue culpa fue ¡de Calderón!

Aun así, el PAN puede salir de su estancamiento. No será sencillo. Pero si la derecha en el mundo pasa por buen momento, es cuestión de que el panismo retome sus causas, las explique y las defienda. La llamada “marea rosa”, salvo por la participación del antilópezobradorismo mediático, no fueron otros que los que hace algunas elecciones se vestían de azul y blanco para salir a las elecciones. Fue un espejismo rosa, pero es el voto tradicional blanquiazul.

Hace unos años, en la sede del PAN, a los lados de la puerta de entrada al auditorio principal, el Manuel Gómez Morin, había unas fotografías gigantes de Vicente Fox y de Felipe Calderón. Hoy ocupan su lugar dos enormes logotipos del partido. Fox y Calderón abandonaron al PAN. Uno llamó a votar por Peña Nieto y el otro no para de lanzar dardos contra el instituto político que dirigió y que lo llevó a la Presidencia de México. Sin embargo, las instituciones son más fuertes que los individuos que las forman. La salida de los expresidentes es un asunto de ellos, pero el PAN no puede pelearse con su propia historia, mucho menos con los logros que les corresponden.

Un partido que no se reconcilia consigo mismo difícilmente podrá avanzar. No sugiero que inviten a militar nuevamente a Fox y a Calderón (al final, como es bien sabido, los expresidentes suelen estorbar y nadie sabe del todo qué hacer con ellos); lo imperativo es que Acción Nacional se reencuentre en su historia, que la abrace y se reconozca en ella, algo muy complicado si no se redefine primero. Si no resuelve el qué, el para qué y a favor de qué está, el PAN será de nueva cuenta definido por sus adversarios.

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