El relato del primer bombero que entró a La Moneda el 11 de septiembre de 1973: “Había un caos total”

Alejandro Artigas, hoy de 74 años, describe una “escena dantesca” y “un silencio sepulcral” en el despacho donde yacía muerto el presidente Salvador Allende tras el bombardeo golpista

Mundo12 de agosto de 2023 50 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE.
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Cuando el comandante de bomberos de Chile Fernando Cuevas llamó al teniente primero Alejandro Artigas, de la primera compañía de Santiago, a las seis de la mañana del 11 de septiembre de 1973 para ordenarle que el equipo de guardia nocturna se mantuviera en el cuartel hasta nuevo aviso, Artigas, de 24 años, estudiante de Derecho de la Universidad de Chile, le dijo que ese día tenía prueba. Que unos debían ir a clases y otros a trabajar. “La orden es clara. Nadie se retira”, respondió Cuevas. El teniente, sin saber la razón del mandato, acató y traspasó el mensaje a los 12 hombres que tenía a cargo.

Artigas, hoy de 74 años, afirma que –evidentemente– no existía un plan para lo que se vivió aquel día. “No teníamos ninguna información distinta a la del resto de la gente. Y por tanto, nunca nos pusimos en el escenario de un bombardeo a La Moneda”, explica el director honorario de la institución en un salón del Cuartel General de Bomberos de Santiago.

Antes de relatar cómo se convirtió en el primer bombero en ingresar al Palacio de Gobierno tras el bombardeo de los militares y por qué fue uno de los pocos miembros de la institución que vio al presidente Salvador Allende, remarca que el cuerpo es voluntario, formado por civiles, disciplinado, donde no existe ningún otro compromiso que no sea el servicio. “Trabajamos con las autoridades sean del signo que sean. Y en el caso del 11 de septiembre eso se plasmó claramente. En todas las compañías había gente de izquierda, centro y derecha, pero en la calle, no dentro del cuerpo. Ese día todos guardaron estricto respeto”, apunta Artigas, que con los años llegó a ser electo capitán, comandante y superintendente de la institución en la que lleva más de medio siglo.

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Ciegos de información, los bomberos de la primera compañía encendieron la radio. Sintonizaron las afines al Gobierno y las opositoras en busca de pistas. A las ocho de la mañana ya todas daban cuenta de un movimiento militar mucho más potente que lo visto en el intento de golpe del 29 de junio, el tanquetazo. Cuando escucharon al bando militar amenazar con bombardear el palacio de Gobierno si Allende no entregaba el poder, Artigas reunió en las salas de máquina a los voluntarios que tenía a cargo.

Consciente de que había una mezcla de distintos colores políticos, el teniente invitó a quienes tuviesen aprensiones personales a solicitar poder abandonar el cuartel. “Pero una vez que se dé la alarma y tengamos que salir, no recula nadie”, advirtió. Ninguno de los voluntarios, todos solteros de entre 18 y 28 años, se excusó. “Estábamos todos muertos de susto, pero decíamos ‘es imposible que la bombardeen, es una amenaza’. No nos imaginamos aviones de guerra bombardeando algo y con qué cálculo”, relata Artigas, cuya compañía estaba a cuatro calles de La Moneda.

A eso de las 10.30 de la mañana fue el histórico y último discurso de Allende y poco después, ya cerca del mediodía, arrancó el bombardeo. Desde una pequeña ventana del cuartel, los voluntarios de la primera compañía veían un fogonazo y segundos después escuchaban el estruendo. “Ahí sí que dijimos: es un hecho, hay una situación de guerra, se escuchaban los balazos por todos lados”. El bombero recuerda la entereza de sus compañeros, pero también la preocupación, no solo por ellos, sino también por sus familias, sus trabajos y sus posiciones políticas. “Nadie sabía para dónde iba a ir eso. Si iba a durar un mes o los 17 años que duró. No teníamos idea quién era el señor Pino… ¿cuánto? Había sido nombrado comandante en jefe, pero apenas sabíamos quién era”, agrega.

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Observaban cómo las llamas consumían el palacio y escuchaban el sonido de las ametralladoras. ¿Sentían impotencia por no poder salir? “Sentíamos una sensación de que no estábamos haciendo lo que debíamos hacer. Después nos enteramos de que la Guarnición Militar de Santiago estaba coordinando con el comandante que bomberos saliera a apagar los incendios una vez que estuviera controlada la situación para que no fuésemos carne de cañón”, apunta Artigas, que entonces llevaba siete años de servicio.

A las 14.55 horas, la central dio la orden de salida. El cuerpo de bomberos de Santiago atendió el incendio de La Moneda, el del edificio del Partido Socialista y el de la casa del presidente Allende de calle Tomás Moro, entre otros. Unas nueve compañías acudieron al palacio de Gobierno. En un minuto, el equipo de Artigas estaba ingresando por la puerta de Morandé 80, la que luego se mantuvo cerrada por décadas. “Había un caos total. Unos daban unas órdenes, otros otra”. El teniente Artigas, el primero en entrar para definir un plan de acción, vio cómo en el segundo piso el fuego era “absolutamente total”, prácticamente ya no quedaba techo en la zona norte. La apertura al cielo permitía que no se acumulara el humo, pero, pese a la hora, la oscuridad del cielo dificultaba la visión.

Tras una hora de trabajo, llegó el capitán de la primera compañía a asumir el rol de liderazgo. Las primeras horas consistieron en apagar el fuego violento, con muchos disparos alrededor, en distintos edificios de la zona, cuenta Artigas. En medio del estrés, bomberos y militares corrían la voz por los pasillos de que Allende estaba muerto. Cuando el teniente estaba en el segundo piso, le solicitaron a bomberos que iluminara el Salón de la Independencia, donde el presidente se había quitado la vida.

La compañía de Artigas no tenía los focos de bomberos, así que los entregó un voluntario de otra compañía. “El chiquillo estaba en la puerta del salón tremendamente afectado. Le ofrecí ayuda. Son esas cosas que uno no tiene consciencia de por qué las hace, no me correspondía, era casi fuera de todo protocolo”, señala. Tomó el foco y entró.

Requerían la luz porque habían solicitado que un periodista filmara la escena. Estaba el general Javier Palacios, quien era el que daba las órdenes, un capitán de bomberos, y varios militares. “No podría decir quiénes, porque ese día los uniformes no tenían grado. Mirabas y no sabías si era un cabo o un coronel. Andaban con brazaletes de colores”, recuerda Artigas. “Era una escena dantesca. Un silencio sepulcral”. Relata que yacía muerto sobre un sofá, vestido con un jersey de cuello alto y pantalones de tela. Vio el fusil entre sus piernas y sus gafas en el piso. El bombero hizo corregir las tres declaraciones judiciales que hizo ante la justicia en democracia, para que cada vez que se nombrara a Allende, pusieran “presidente Allende”. “Porque yo soy bombero. Ni para acá ni para allá. Alejandro Artigas es otro cuento”, afirma.

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Cuando regresó a la faena, el entonces teniente confiesa que se preguntó qué estaba haciendo ahí, quién lo había mandado. Escuchaba rumores de que venían tropas a defender al Gobierno y junto con sus compañeros pensaban que iban a ser “el jamón del sándwich”.

A las 22.00 horas, el comandante Cuevas ordenó la salida de los 200 voluntarios que estaban en el edificio. No quedaban llamas, pero sabían que al día siguiente debían volver. Semanas después, recuerda Artigas, seguía viendo salir humo de La Moneda.

Artigas, que de joven vivió en el cuartel hasta que se casó, hoy es padre de cuatro, abuelo de tres y le brillan los ojos como a un niño con un juguete nuevo cuando habla de la labor de su institución, su casa. El nivel de compromiso y servicio puesto a prueba el 11 -hace ya 50 años- lo continúa viendo en cada gran acontecimiento que sacude al país sudamericano y donde tienen que intervenir los bomberos.

Información de El País

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