
En el doble riel en el que la presidenta administra el avance del partido-Gobierno, sus decisiones han estado lejos de generar una crisis.
En la entrega de hoy abordaremos un tema para muchos chocante y hasta evitable, muchos políticos en privado la ignoran y, en el mejor de los casos, lo desacreditan. Me refiero a la Educación Ciudadana. Esa materia que debería ser el cemento, y no el perfume, de la Reforma Electoral que se avecina.
Opinión06 de octubre de 2025 Miguel Allende FoulquesEn la entrega de hoy abordaremos un tema para muchos chocante y hasta evitable, muchos políticos en privado la ignoran y, en el mejor de los casos, lo desacreditan. Me refiero a la Educación Ciudadana. Esa materia que debería ser el cemento, y no el perfume, de la Reforma Electoral que se avecina.
Vamos a ser claros. Hablar de educación cívica sin vincularla a las reglas del juego que (arranque de optimismo) se está preparando, es como ofrecer un curso de natación en el desierto del Pinacate. Uno termina sabiendo la teoría del crol, pero al primer chapuzón en la realidad, se hunde sin remedio y sin flotadores que resistan. La profesora Adela Cortina, con esa lucidez que la caracteriza, nos lo recuerda con una frase que debería estar grabada en la mente de los elaboradores de la reforma: “Una sociedad no es un agregado de individuos, sino de ciudadanos que aspiran a llevar una vida digna de ser vivida.” Y, cabe preguntarse en estos días de polarización sinsentido y adoradores de las redes sociales,
¿Cómo se aspira a esa vida en un sistema electoral hoy en manos opacas, argumentos pueriles y vendettas políticas?
¿Participar con el estoicismo del que sabe que las cartas están marcadas debe ser el futuro electoral? Por supuesto, no debemos encasillar al ciudadano como un elector que delega, sino un actor con deberes cívicos, como informarse, deliberar y exigir rendición de cuentas de forma constante.
La Reforma Electoral en ciernes es la oportunidad para enmendar esto. No se trata solo de cambiar papeletas por pantallas táctiles o de ajustar el número de diputados. Eso es carpintería legislativa, necesaria, pero menor. Se trata de impregnar la reforma de un espíritu pedagógico. De crear una norma que no solo regule cómo se vota, sino que eduque “votando”. Benilde García Cabrero, desde el ámbito académico, insiste en que la competencia cívica (así, en singular), se desarrolla en la práctica, en la participación en contextos reales. ¿Y qué contexto más real que una elección? La reforma debe incluir, por ejemplo, la simplificación radical de las leyes electorales. Un ciudadano con estudios medios, o sin ellos, debe poder entender cómo se transforma su voto en un escaño sin necesitar un gabinete de abogados y una pizarra de ecuaciones, mucho menos llamar a los vocales de capacitación para que lo expliquen frente a las cámaras de tv. Si el ciudadano no lo entiende, su voto es un acto de fe, no de razón. Y la fe, en política, suele acabar en desencanto o, peor aún, en indiferencia.
Aquí es donde la ironía, esa compañera incómoda, se asoma a la página. Uno no puede evitar pensar que quizás los sistemas electorales se han vuelto tan complejos por la misma razón por la que los menús de los restaurantes que se dicen de alcurnia están en francés: para que el comensal —o el votante— se sienta intimidado, delegue en el sommelier —o en el partido— y al final termine pagando la cuenta sin haber entendido muy bien qué ha bebido o comido. Es una elección de la que sale mareado y con menos dinero en el bolsillo.
Pero la solución no es solo simplificar. Es abrir el sistema. La educación ciudadana en el siglo XXI, como apunta Juan Carlos Castrillón, exige “superar el concepto del ciudadano como un simple elector periódico”. La reforma debe institucionalizar y facilitar mecanismos de participación continua que vayan más allá de asistir a las urnas cada X número de años. Iniciativas legislativas populares con tramitación garantizada, presupuestos participativos con impactos reales, rendición de cuentas obligatoria y comprensible. Que la ciudadanía sienta que su voz no solo se escucha en una urna cada 3 años, sino que puede moldear la acción de gobierno el resto de los días. Entonces sí estaríamos hablando de educar. Eso sí es crear cultura cívica.
En definitiva, señoras y señores de los diferentes partidos… facciones, ideologías e intereses que componen la clase política, esta reforma no debería ser un trámite para imponer una visión específica y unilateral. Es el examen a su capacidad de conectar con la gente a la que dicen representar. Pueden elaborar una norma técnica, hermética, que perpetúe el “siempre se ha hecho así”. O pueden ser valientes y construir una arquitectura electoral que, en sí misma, sea la mejor clase de educación cívica que un ciudadano pueda recibir: una que le demuestre, con hechos y no con discursos, que su participación es valiosa, efectiva y, sobre todo, inteligente. La primera opción seguramente los mantendrá en la poltrona un ciclo más. La segunda, quizás, les gane el respeto de quienes los miran con un escepticismo comprensible. La pelota, como suele decirse, está en su cancha.
Spoiler: ¿Y si revisan el diario de los debates del Congreso que dio pie a la creación del IFE en el siglo pasado?
Les digo, hoy ando optimista.
Mientras tanto en Guanajuato… Y la nave va, fellinescamente.
En el doble riel en el que la presidenta administra el avance del partido-Gobierno, sus decisiones han estado lejos de generar una crisis.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2025), INEGI, “para las mujeres, a partir de los 30 años, la tasa más alta de mortalidad se debió al tumor maligno de la mama; en los hombres de 30 a 59 años fue por el tumor maligno del colon, del recto y del ano”. Y entre 2012 y 2022 la tasa de mortalidad aumentó un 11.1 por ciento.
No falta quien destaque la foto que le toman a Adán Augusto como muestra del poco agobio que parece tener quien es reclamado por haber puesto en la policía de Tabasco a alguien procesado por graves delitos.
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