
Medina Mora Icaza sabe que los que tienen el picaporte real de Palacio son los del Consejo Mexicano de Negocios y que él hereda unas siglas con mucho desgaste.


A la presidenta le estallaron dos problemas, la imposición de 25% de aranceles a todos los productos mexicanos y la declaración histórica de la Casa Blanca de gobernar un ‘narcoestado’.
Opinión03 de febrero de 2025 Raymundo Riva Palacio
A la presidenta Claudia Sheinbaum le estallaron el sábado dos problemas, la imposición de 25% de aranceles a todos los productos mexicanos a partir de las 11 de la mañana con un minuto del próximo martes, y la declaración histórica de la Casa Blanca de gobernar prácticamente un “narcoestado” que provee santuario para que los cárteles produzcan fentanilo y lo transporten ilegalmente a Estados Unidos, y permitir el paso de organizaciones criminales de Centro y Suramérica. Una coerción vestida de medida comercial, pero sin engaño alguno.
La acusación de “narcoestado” que hizo el presidente Donald Trump, aunque no establece una línea de tiempo para determinar cuánto se remonta al pasado, se comenzó a hacer en Washington en 2019, cuando estalló la crisis del fentanilo, y demócratas y republicanos -con mayor virulencia- empezaron a llamar de esa manera a México, con imputaciones directas al expresidente Andrés Manuel López Obrador, que se hicieron cada vez más difíciles de sortear para los funcionarios de la Administración Biden cuando iban a audiencias en el Capitolio.
Trump lo ha estado señalando hace años, aunque solo en este momento procedió a actuar con una virulencia ejemplar. En México, los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y Sheinbaum, como muchos aquí, no pensaron que llegaría a esos niveles, aunque el año pasado, imaginando escenarios, el expresidente expresó a su círculo más cercano que si Estados Unidos se atrevía a secuestrarlo en México, habría una revuelta social. La misma línea de pensamiento existe en el entorno de Sheinbaum, donde siguen insistiendo que una intervención directa de Estados Unidos, provocaría un levantamiento.
Esto no es más que una hipótesis, impulsada por el ala radical del régimen y funcionarios y asesores en el entorno de Sheinbaum que siguen negando que pese a la forma inaceptablemente tutelar de Trump, sí hay un problema serio con el narcotráfico en México que avanza como cáncer terminal. La prepotencia y fuerza bruta sin consideraciones colaterales con la que está actuando Trump, va a seguir ganando espacios mientras haya respaldos inexplicables a políticos que permitieron la putrefacción -Rutilio Escandón, uno de los más infamemente prominentes, que entregó Chiapas a los cárteles- o que están imputados por el narcotráfico -obvio, Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, un estado donde la ley la imponen los criminales-.
El mensaje que envió Sheinbaum a Trump que la estrategia había cambiado, no se sostiene con esas señales contradictorias de detener a “generadores de violencia” pero proteger a “generadores políticos de violencia”. De ahí, quizás, la contundencia de la orden ejecutiva de Trump. Los cárteles, dice, tienen una “alianza intolerable” con el gobierno de México que pone en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos, por lo que “debemos erradicar la influencia de esos peligrosos cárteles del entorno bilateral”. Por “gobierno” se refiere al federal y al 30% de las comunidades, municipios, ciudades y estados, donde los cárteles son “el gobierno”.
El responsable de este desastre es López Obrador por haber llevado a cabo una política de seguridad que solo funcionó para los cárteles de la droga. Todos sabíamos que este problema iba a estallarle al siguiente gobierno, por la creciente inseguridad y la incontenible espiral de asesinatos. Negar “categóricamente” que México no es un “narcoestado”, como respondió la presidenta inmediatamente, no resuelve el conflicto con el gobierno de Estados Unidos, y la orden ejecutiva parece preámbulo de que este lunes clasifiquen a los cárteles mexicanos como Organizaciones Terroristas Extranjeras.
Sheinbaum puede responder imponiendo 25% de aranceles a todos los productos estadounidenses, como amenazó que haría, y comenzar una guerra comercial con Trump, que, aunque tiene muchas resistencias internas -incluso de gobiernos aliados como el de Texas-, no parece estar dispuesto a recular. Una guerra comercial duradera es el fin del acuerdo comercial norteamericano y si bien impactará con inflación y producción en Estados Unidos, a México lo metería en la ruta de la recesión.
El pleito es asimétrico y la coerción es clara: o se resuelve el tiradero interno en México, o la guerra va, en lo comercial, y eventualmente, si no hay nada claro sobre el combate a los cárteles y el fentanilo, podría incursionar en terrenos desconocidos, considerando que Trump estableció su orden ejecutiva dentro del marco de seguridad nacional, donde todas las opciones, declaró este fin de semana el secretario de la Defensa, Pete Hesgeth, “están abiertas”.
No serán decisiones fáciles para la presidenta porque afloran ingredientes subjetivos en las acciones de Trump, lo que hace más complejo y difícil la forma como Sheinbaum abordará este conflicto. Trump le tiene gran estima a López Obrador -lo ha dicho en público y en privado-, que se ha prolongado hasta estos momentos, soslayando lo que hizo en su sexenio con los cárteles, pero la empatía no fue transexenal.
Con Sheinbaum ha tenido diferencias públicas y Trump congeló a su gobierno durante la transición, ordenando que no hubiera contacto con ningún funcionario mexicano. El frío se ha prolongado. ¿Hay alguna razón de tipo personal, como la tiene Trump con el primer ministro Justin Trudeau desde hace años, por la que el arranque con Sheinbaum sea tan tortuoso? No hay una explicación pública, pero tampoco la presidenta hizo mucho por buscar canales de acercamiento personal con Trump, en tres meses.
Sin información de calidad, sus diagnósticos resultaron equivocados. Contra lo que creía su equipo y decía en público, Trump sí impuso aranceles. Sheinbaum decía que tenían tres planes para hacerle frente a lo que decidiera Trump, pero su lentitud para detallarlos hace pensar si en verdad estaba preparada, o la descolocó la cláusula de represalia en caso de retaliación, que quizás nunca vieron venir, porque tampoco pensaban que habría aranceles.
Su actuar contra los cárteles tampoco resultó suficiente -aunque quizás Trump iba a poner aranceles de cualquier forma para satisfacer las expectativas-, donde a diferencia del campo comercial, la decisión es más difícil, porque tendría que dejar la simulación y desmantelar las redes de protección institucional de personajes de Morena con los cárteles de las drogas, con lo que, en la práctica, rompería claramente con López Obrador. En efecto, es un salto cuántico.

Medina Mora Icaza sabe que los que tienen el picaporte real de Palacio son los del Consejo Mexicano de Negocios y que él hereda unas siglas con mucho desgaste.

Cómo entender que los panistas Romero y Anaya se traguen la carnada y se presten a facilitarle al régimen la intromisión burda en las elecciones, que es lo que pasará si Sheinbaum va a la boleta.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha sido enfática en saber quiénes están detrás de la marcha, porque en efecto, certeza de que haya un liderazgo específico y una conducción estratégica de alguien en particular, no tiene.

López Obrador difícilmente habría llegado a la presidencia, o trascendido a la política nacional, de no haber sido respaldado económicamente por Adán Augusto López en momentos cruciales.

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