
El sexenio está mudando de piel a una cosa donde se celebran “siete años” de lo mismo. Eso no despresuriza. Puede que desde el régimen sea algo deliberado, un intento de avasallar por agotamiento al no permitir refresco sexenal, ni anual.


Claudia Sheinbaum no ha mostrado interés al modelo de propaganda de López Obrador, pero no puede sacudirse a Ramírez Cuevas, al menos en lo inmediato, porque sería enfrentarse con él.
Opinión26 de septiembre de 2024 Raymundo Riva Palacio
El jefe de la maquinaria de propaganda del presidente Andrés Manuel López Obrador, Jesús Ramírez Cuevas, no saldrá de Palacio Nacional. Por instrucción de su jefe, trabajará con la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum, oficialmente hasta ahora como coordinador de asesores, pero sus funciones, como lo han sido hasta ahora, trascenderán el cargo administrativo. No es algo que deba tener tranquila a Sheinbaum, porque la lealtad nunca estará con ella sino con López Obrador, y su grupo de poder no se encuentra entre los “dialoguistas”, como llaman ahora a los cercanos de la presidenta electa, sino a la facción más radical del obradorismo. Pero por lo pronto, no tiene para dónde hacerse.
Es una situación delicada y compleja la que va a enfrentar cuando empiece a despachar Sheinbaum en Palacio Nacional el próximo martes, al tener a un indeseado tan cerca, que abiertamente ha jugado políticamente contra ella. En su equipo consideraban que tener a Ramírez Cuevas en las oficinas presidenciales, sobre todo en un área vinculada a comunicación, sería iniciar el gobierno con desventaja por la política de confrontación con medios y periodistas mediante difamaciones y linchamientos.
No ocupará el mismo puesto que en el gobierno actual –que se espera recaiga en Paulina Silva, que la ha acompañado desde hace buen tiempo–, pero ha venido trabajando asuntos vinculados con los medios para Sheinbaum, intentando repetir su modelo de circo en las mañaneras, y presionando para que deje que se les acerquen los youtuberos que usó como zalameros del presidente. La presidenta electa no ha querido recibirlos, ni ha mostrado interés en ese modelo de propaganda, pero no puede sacudirse a Ramírez Cuevas, al menos en lo inmediato, porque sería enfrentarse a López Obrador.
Con el país que recibirá de López Obrador, reprobado en prácticamente todas las políticas públicas, sin dinero, endeudado, con compromisos presupuestales con el presidente, Sheinbaum no tiene muchas posibilidades de hacer cosas nuevas que le impriman su tono a su gobierno. Lo que sí puede hacer es comunicación política a partir de la construcción de percepciones que le permitan generar expectativas y el sentir de que las cosas están siendo diferentes, sin apartarse de la línea marcada por López Obrador, para ganar tiempo y poder colocar las ruedas para lo que serán sus cambios de fondo.
Para un objetivo estratégico de esta naturaleza, Ramírez Cuevas, que se perfila a tener bajo su supervisión a quien se encargue de la comunicación presidencial, es un lastre, no un activo, un obstáculo en el mejor de los casos, y un quintacolumna por definición. La forma como diseñó la mañanera, un invento de López Obrador cuando era jefe de Gobierno de la Ciudad de México fue un instrumento muy eficaz para contrarrestar las críticas, desviar la atención de los temas relevantes y mediante el daño reputacional a medios y periodistas, quitarles credibilidad.
Lo hizo a través de mentiras y desinformación, que de manera tardía pero finalmente captó la atención en el mundo sobre lo que estaban haciendo. López Obrador fue señalado recientemente en una iniciativa de ley presentada en el Senado de Estados Unidos, como parte de una corriente en América Latina que ha utilizado esas herramientas, junto con la propaganda, para minar la gobernabilidad democrática y los derechos humanos. López Obrador fue puesto a la par de Jair Bolsonaro, en Brasil; Nayib Bukele, en El Salvador, y Nicolás Maduro, en Venezuela. También fue terreno para una campaña de desinformación pagada por el Kremlin en 13 países de la región, incluido México.
No es el ecosistema mediático que mejor le pueda acomodar a Sheinbaum, que ha dado muestras de estar menos interesada en la confrontación para polarizar y avanzar política y electoralmente, y más preocupada por gobernar de manera eficiente y estar a la altura de las muy elevadas expectativas que se tienen sobre ella. Sus espacios, cuando menos en el primer tercio de su gobierno, van a estar muy reducidos y acotados por el equipo de propaganda de Ramírez Cuevas, y la necedad del presidente, aceptada por Sheinbaum, de sostener una mañanera diaria después del gabinete de seguridad.
Las mañaneras de Sheinbaum no serán como las de López Obrador. Sólo hay un actor político en México, y probablemente en el mundo, que tenga la capacidad para mentir sin dudar, de hablar de sinsentidos artera y cínicamente, o capotear con destreza y cara dura los hechos y las críticas, utilizando la violencia retórica para blindarse y el sarcasmo para fingir que no está alterado o afectado. Su necesidad de tener siempre un enemigo para pelearse con él y retroalimentarse no la tiene ella. Su megalomanía tampoco es inherente a Sheinbaum.
La forma como Sheinbaum va a desarrollar su política de comunicación no debería de ser un misterio si tomamos como antecedente la forma como la realizó durante su campaña presidencial y las primeras semanas de la transición, que fue puntual, profesional, transmitiendo información y contexto, y delegando en sus colaboradores los temas de su competencia, como hizo tras la presentación del primer bloque de miembros del gabinete. Cómo será su comunicación es una incógnita, porque estará rodeada de enemigos en Palacio Nacional que tratarán de incidir en ella.
Además de Ramírez Cuevas, el presidente quiere que se queden en la asesoría presidencial Rafael Barajas, El Fisgón, el monero que ha sido su principal asesor político, y el propagandista Epigmenio Ibarra, que son parte fundamental de la radicalización del discurso de López Obrador. Si permanecen, lo harán también sus equipos que no han trabajado estrategias de comunicación sino de desinformación y propaganda, traducidas a las masas por un presidente talentoso para transmitir mensajes de manera simple, aunque sean equívocos o falsos.
La comunicación política de Sheinbaum en el primer año que se anticipa de su gobierno –un país polarizado, sin recursos, con presupuesto atado, violencia desbordada y la renegociación del acuerdo comercial norteamericano– tiene que ser su herramienta fundamental para manejar las crisis económicas y sociales potenciales que tiene enfrente, pero no a partir del choque y la confrontación o la radicalización, a la cual sus enemigos internos querrán llevarla.

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