
La presidenta Claudia Sheinbaum premia a una colaboradora de antaño como Esthela Damián que habrá de tener como única agenda, y absolutamente nada más, la que la mandataria decida.


Emprender una revisión de rumbo tras expiar los errores, para eventualmente tener más eco en una sociedad que les ha dado la espalda, será posible en el PAN si llega alguien de un grupo antagónico o al menos distinto.
Opinión17 de junio de 2024 Salvador Camarena
Adriana Dávila quiere ser presidenta de Acción Nacional. La nomeklatura de su partido tiene otros planes: Marko Cortés pretende transferir el liderazgo (es un megadecir) a Jorge Romero; repartición entre cuates, entre vatos. ¿No sabrán que es tiempo de mujeres?
Las posibilidades de Dávila, y de otras como Kenia López Rabadán, aumentarán si cuajan las intenciones de un grupo que exigirá, no pedirá; demandará, no preguntará; reclamará, no consultará, que se haga en dirigencias como en las candidaturas: equidad de género.
El PAN lleva cuatro presidentes hombres al hilo.
La última dirigenta nacional fue Cecilia Romero (y apenas de marzo 2014 a mayo 2014); antes y luego de ella estuvo Gustavo Madero, y tras él Ricardo Anaya, Damián Zepeda (que de nuevo levanta la mano) y, obviously, Marko. ¿Todo bien de su masculinidad azul?
En octubre entrará a Palacio Nacional por la puerta grande y con todo derecho, tras haber jurado en el Congreso de la Unión, Claudia Sheinbaum. Un cambio de época, una gran noticia para México… a pesar de ello todavía quedarán muchas taras machistas por combatir.
La inauguración presidencial, para usar un anglicismo, coincide con los tiempos de la renovación en el PAN, que su actual dirigente se niega a soltar a pesar del récord de derrotas panistas de todo un sexenio coronadas con su fracaso en las elecciones del 2 de junio.
¿Será que Acción Nacional precisa que venga el tribunal a decirle, tras petición de parte interesada, que la equidad de género no es una concesión, y menos una cosa para decir en las tribunas o en las campañas mientras en casa se gobierna con pacto patriarcal?
Qué tendrán en la cabeza –pregunta sin ironía– los panistas padroneros que no atinan a leer todas las señales de una sociedad que sentencia que es tiempo de mujeres. Y que encima podrían quedar más rezagados si Morena asienta otro ejemplo.
A horas de que Sheinbaum revele nombres de su gabinete se baraja la posibilidad de que su partido cambie de manos; y si se confirma que Mario Delgado pasa al equipo de la virtual presidenta electa, no descarten que a la dirigencia morenista llegue una mujer.
En entrevistas que ha dado para explicar su intención de competir de nueva cuenta por la presidencia del PAN, Dávila pide equidad. Se refiere, por supuesto, a que la elección no sea simulada, un mero montaje para validar el compadrazgo Cortés-Romero.
Equidad para que sean los méritos y la propuesta de quienes pretenden el puesto, y la libertad de la militancia, los únicos factores que determinen el resultado del proceso; equidad entendida como vía indispensable para recuperar credibilidad también ante no panistas.
Si esa equidad ocurriera constituiría toda una novedad, porque hoy está descontado que la dirigencia blanquiazul que sólo ha acumulado fracasos en los últimos cinco años lo que menos pretende es que el PAN arranque un genuino proceso de autocrítica y corrección.
Emprender una revisión de rumbo tras expiar los errores, para eventualmente tener más eco en una sociedad que les ha dado la espalda en múltiples elecciones estatales y federales, será posible en el PAN si llega alguien de un grupo antagónico o al menos distinto.
Si para aferrarse al timón del barco al que tanto valor han restado con sus decisiones cocinan una elección que sólo cambie la fachada (el nombre de la persona que ostenta el cargo, pero no la cultura que ahí se ha instalado), estarán cometiendo un error doblemente histórico.
Desoirán la demanda de que, en efecto, es tiempo de mujeres. Y de que urge una oposición creíble.

La presidenta Claudia Sheinbaum premia a una colaboradora de antaño como Esthela Damián que habrá de tener como única agenda, y absolutamente nada más, la que la mandataria decida.

Lo que está en juego no es sólo la relación entre una presidenta y su mentor político. Es la posibilidad de que México tenga, por primera vez en siete años, un gobierno que no dependa del caudillo para tomar decisiones.

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