
Claudia Sheinbaum llega al encuentro con el peso de una transición aún frágil y la necesidad de estabilizar una relación bilateral que se ha vuelto la columna vertebral del gobierno mexicano.


Claudia Sheinbaum está apostando todo a García Harfuch, dotándolo de un poder que no tienen los secretarios de la Defensa y Marina.
Opinión11 de noviembre de 2024 Raymundo Riva Palacio
La idea de dar golpes espectaculares a la delincuencia organizada al inicio del nuevo gobierno para comenzar a cambiar la percepción de zozobra en materia de seguridad no se ha podido materializar. El uso de las encuestas del INEGI para replicar que la percepción de inseguridad ha disminuido en el país se enfrenta con la realidad de la guerra en Culiacán y en Chiapas, y masacres y actos de terror en Guanajuato.
El número de homicidios dolosos en el último mes de gobierno de Andrés Manuel López Obrador estimó la consultora TResearch, fue 109 menos que en el primer mes de gobierno de Claudia Sheinbaum, aunque el fenómeno de la violencia no cambió. Lo único que es diferente es que las Fuerzas Armadas están respondiendo con fuego, pero con una tasa de letalidad superior a la que se ha visto en todo el siglo. Existe también una cifra negra, porque no se han contabilizado más de un centenar de desaparecidos en Sinaloa.
La narrativa que le permitió a López Obrador culpar al expresidente Felipe Calderón de la violencia, saltándose el sexenio de Enrique Peña Nieto y desviando la atención de que su gobierno había sido el más violento en la historia del país, no la tiene Sheinbaum, que va perdiendo la batalla contra la inseguridad y el mensaje. Esta variable ha provocado una creciente actitud de negación de la Presidenta con algunos funcionarios que le han presentado los datos, asumiendo la misma postura de su antecesor de acusar que eran sólo intentos por lastimar su gobierno.
La creciente irritabilidad de la Presidenta ante los informes negativos en materia de seguridad coincide con una creciente crítica al secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, sobre la incapacidad para frenar la violencia. De ahí la relevancia de la ausencia de golpes espectaculares que ayuden a cambiar la percepción y le den espacio para poder poner en marcha la estrategia de seguridad, con una serie de reformas constitucionales que Sheinbaum presentó la semana pasada al Senado, que en el papel apuntan a la creación de una supersecretaría.
No obstante, la arquitectura de la nueva secretaría difícilmente resolverá el problema que tienen enfrente y probablemente generará conflictos dentro del gabinete por una suplantación de funciones. La mayor, en ambos casos, es la facultad para investigar delitos. Sheinbaum quiere otorgarle funciones de ministerio público a nivel nacional y estatal como las tiene la Fiscalía General de la República y las fiscalías en los estados, mediante las policías ministeriales, y del Ejército a través de la Guardia Nacional.
En el articulado de la iniciativa se menciona que busca que esa policía ministerial bajo García Harfuch genere y aporte “elementos de prueba que originen y fortalezcan las carpetas de investigación ministerial”. El fiscal general, Alejandro Gertz Manero, que tiene una pésima relación con García Harfuch y una tensa y a veces ríspida comunicación con Sheinbaum, no debe haberlo recibido con agrado, porque lo que está sugiere deficiencias e ineficiencias en su trabajo, porque al señalar que “la finalidad de que los indicios, datos y pruebas que se recaben sean admisibles a juicio”, está diciendo que el fracaso de los casos y las sentencias obedecen a errores de la fiscalía.
La creación de una policía ministerial bajo el mando de García Harfuch parece la respuesta a la fracasada gestión con el fiscal Gertz Manero durante el periodo de la transición para que la Policía Ministerial pasara al ámbito de la Secretaría de Seguridad Pública. Sheinbaum tampoco pudo concretar el deseo de García Harfuch de alinear diversas áreas del gobierno a la supersecretaría, ante el rechazo de López Obrador, salvo en la dirección del Centro Nacional de Inteligencia, totalmente bajo su control con Francisco Almazán Barocio, y la Cofepris, donde nombró a Armida Zúñiga. La Unidad de Inteligencia Financiera, el SAT, y las aduanas, se quedaron como estaban en el sexenio anterior. La Comisión Nacional de Valores y Cambios, que también quería bajo su control, aún está bajo disputa.
Sheinbaum pretende resolverlo entregándole constitucionalmente a García Harfuch responsabilidades en casos extraordinarios, por encima del gabinete. Una de las reformas es que, en caso de su ausencia, asuma las funciones de la Presidenta en las sesiones pública y del Consejo Nacional de Seguridad Nacional. La ley establece que quien sustituye a la Presidenta es la titular de la Secretaría de Gobernación, como jefa del gabinete. Es decir, para una supersecretaría, un supersecretario.
Sheinbaum está apostando todo a García Harfuch, dotándolo de un poder que no tienen los secretarios de la Defensa y Marina, y restándole al fiscal general. Hasta ahora todo funciona semióticamente, pero las cosas al interior de Palacio no están tan claras. Los jefes militares, por ejemplo, prácticamente no hablan en las reuniones del gabinete de seguridad, pero son los más activos y efectivos en el terreno. El fiscal general está viendo el incremento de la fuerza letal que están desplegando en el país, pero la Presidenta no lo quiere escuchar. El secretario de Seguridad repite el viejo formato de informar las menudencias, pero acotándolo a su espacio, como en el sexenio anterior, periódicamente en la mañanera.
Esto lleva a que la Presidenta acorte los tramos de responsabilidad y le caiga directamente. Le funcionó a López Obrador, por su cinismo para que se le resbalara todo, pero Sheinbaum no tiene esa personalidad ni ese talento. El fuego que apagaba con facilidad su predecesor, a ella sí la puede quemar.
Los síntomas son de un creciente conflicto en el gabinete de seguridad, y se están repitiendo patrones de otros gobiernos, donde el empoderamiento del funcionario que tenía menor fuerza tiene provocó la descoordinación y la desarticulación de los esfuerzos colectivos. La negación de la Presidenta sobre la realidad que le presentan no la modifica. Imponer un diseño institucional con fórceps para fortalecer a García Harfuch sólo será posible si tiene toda la fuerza interna para hacerlo, pero le llevará tiempo para obtener resultados. Lo único que puede hacer en este momento es ganar la narrativa, que hoy tampoco tiene.

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