
La presidenta Claudia Sheinbaum premia a una colaboradora de antaño como Esthela Damián que habrá de tener como única agenda, y absolutamente nada más, la que la mandataria decida.


Al presidente en funciones no le importan gran cosa los efectos económicos que sus reformas pueden tener. Los minimiza y en todo caso asume que son daños colaterales que tendrán que pagarse por la transformación emprendida.
Opinión03 de septiembre de 2024 Redacción
Claudia Sheinbaum tenía todo para hacer un arranque altamente exitoso de su sexenio.
El viento a favor que tenía la economía mexicana con el proceso de relocalización industrial ofrecía una oportunidad sin parangón para lograr crecimiento y desarrollo.
Iba a llegar con un triunfo electoral incuestionable y con un aura de pragmatismo y moderación, pese a que siguiera perseverando en los objetivos del movimiento que AMLO bautizó como “la cuarta transformación”.
Bueno, pues esa aspiración ya se acabó.
El grado de complicación que ya se gestó empezará a observarse en esta semana.
Los problemas para Claudia derivaron de que, con la interpretación de la Constitución hecha por la secretaria de Gobernación desde el 3 de junio, se perfiló la mayoría calificada de Morena en la Cámara de Diputados y una mayoría alcanzable en la de Senadores, reclutando a tres senadores. Ya llevan dos.
Quizás se podría pensar que eso no es un problema sino una ventaja, ya que, por primera ocasión desde los tiempos de Miguel de la Madrid, el Ejecutivo –la presidenta de la República– tendrá un poder que nadie había tenido en casi medio siglo.
El origen del problema, seguro que usted ya lo adivinó, se llama Andrés Manuel López Obrador.
AMLO no es un presidente más. Él quiere ser el fundador de la nueva República.
Y ha comenzado virtualmente con una nueva Constitución.
Los cambios propuestos son tan profundos que modifican algunos de los aspectos centrales de la Ley Fundamental.
Espera él que Claudia Sheinbaum opere los cambios que él diseño y propuso desde el 5 de febrero, algunos de los cuales quedarán en ley este mismo mes, antes de que él se vaya.
Al presidente en funciones no le importan gran cosa los efectos económicos que esas reformas pueden tener. Los minimiza y en todo caso asume que son daños colaterales que tendrán que pagarse por la transformación emprendida.
No es el caso de la presidenta electa y sus colaboradores más cercanos.
No debe haber sido nada estimulante haber visto la previsión del Banxico, institución a la que no puede acusarse de alarmista ni nada cercano, que señala que anticipa un crecimiento de 1.2 por ciento para el primer año de gobierno de la próxima administración.
La composición del Congreso no va a cambiar en el 2025 y seguramente va a mantenerse una parte importante de la estructura política que hoy tenemos.
Pero arrancar el sexenio con un crecimiento apenas superior al de la población no es precisamente alentador.
López Obrador le puede haber dicho a Claudia que no preste atención a las variables macroeconómicas.
Tuvimos la peor caída del PIB desde 1932 en el año 2020 y la aprobación de López Obrador prácticamente no tuvo consecuencias.
Fallecieron 800 mil mexicanos en exceso en los años de la pandemia, y AMLO y el doctor López Gatell, tan frescos, diciendo que México había sido de los países que mejor manejaron la pandemia.
Además de la influencia de López Obrador, Claudia tiene a su alrededor a gente sensata, que es capaz de discernir respecto a las consecuencias que puede tener para ella y su gobierno un mal resultado económico. Ella no es López Obrador.
Pero, no tuvo elección, AMLO le impuso programa, un buen número de colaboradores y parte de su estrategia operativa.
El poder del presidente sigue siendo enorme y va a continuar siéndolo incluso después del 1 de octubre.
Pero, los ciclos de la vida son fatales.
Poco a poco, o rápido, no lo sabemos, su poder va a empezar su ocaso.
Ojalá, Claudia, tenga el talento de manejar esa circunstancia, pues ese periodo, el de un presidente poderoso en declive, con un personaje que quiere seguir siendo el centro de la vida pública del país, puede ser uno de lo más riesgosos para la estabilidad del país en muchas décadas.

La presidenta Claudia Sheinbaum premia a una colaboradora de antaño como Esthela Damián que habrá de tener como única agenda, y absolutamente nada más, la que la mandataria decida.

Lo que está en juego no es sólo la relación entre una presidenta y su mentor político. Es la posibilidad de que México tenga, por primera vez en siete años, un gobierno que no dependa del caudillo para tomar decisiones.

El sexenio está mudando de piel a una cosa donde se celebran “siete años” de lo mismo. Eso no despresuriza. Puede que desde el régimen sea algo deliberado, un intento de avasallar por agotamiento al no permitir refresco sexenal, ni anual.

La forma como se ha hecho la campaña contra los factureros pierde credibilidad cuando se hace de manera selectiva, donde a unos se castiga y a otros se premia al no voltearlos a ver.

La Ciudad de México, como en los 60 y 70, se volvió en el campo de batalla en la Guerra Fría. En aquellos años, todos los servicios de inteligencia comunistas operaban en México y realizaban acciones encubiertas contra EU.





El secretario Samuel Ugalde presentó un recuento de las acciones emprendidas por la instancia a su cargo en el periodo de enero a octubre del presente año, en el que destacó el 89.65% de reducción en el robo con violencia a casa habitación. Además disminuyó la incidencia de delitos como: Robo con violencia a transeúnte un 84.61 por ciento; Lesiones dolosas en 37.96 por ciento; Robo con violencia 15 por ciento y Homicidio doloso en un 6.66 por ciento.

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Desde septiembre hasta la fecha, se han registrado cinco incendios forestales y 409 incidentes en terrenos baldíos y pastizales, la mayoría provocados intencionalmente. Estas prácticas pueden causar daños a la salud y al patrimonio de los ciudadanos.

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