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Una concejala de Madrid revive el debate sobre el papel que jugaron los españoles tras la conquista al negar el expolio y la necesidad de la revisión museística que plantea el Gobierno español
Ciencia y Cultura31 de marzo de 2024 REDACCIÓNLas discrepancias sobre lo ocurrido en la conquista española y el virreinato en las Américas empiezan a ser tan recurrentes como la discusión sobre la tortilla de patatas: con cebolla o sin cebolla, cuestión nacional o, mejor dicho, política. Una de las dos versiones, esta vez por boca de la delegada de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, ha revuelto otra vez el avispero al señalar que en el Nuevo Mundo no se practicó expolio ni se detecta colonialismo en los museos españoles, ahora que medio planeta está revisando aquellos ayeres culturales y extractivistas. La señora Rivera De la Cruz, de la formación conservadora Partido Popular y abonada a un discurso revisionista en boga en los últimos años, considera que España no debe sentirse concernida en ese debate. Discrepa el Gobierno español e historiadores de medio a medio.
El “juego de palabras” con el que la concejala de Madrid “ha tratado de minimizar el colonialismo”, no le parece adecuado al historiador peruano Rafael Escudero, doctorando en la Universidad Nacional de Florida. Porque, con ser cierto que no es lo mismo colonia que virreinato o que monarquía compuesta, “sí hubo una relación vertical entre las autoridades reales y administrativas en España con los territorios de América. Los segundos eran dependientes de la voluntad o los intereses de los primeros”, explica. A qué dudarlo, si hasta la escasez de gusto por el vino en México tiene su origen en la prohibición de plantar vides que impuso el reino a miles de olas más allá.
Lo del expolio es aún más sencillo. Que no hubo expolio, dice Rivera de la Cruz. “Si las piezas que se tomaron en esa época no llegaron o no se muestran en los museos españoles no es porque el pillaje no existió, sino porque en esa época, allá por el siglo XVI, la idea de pieza de museo o incluso la idea misma de museo no existían, si acaso curiosidades, rarezas que llegaban a la corte española. Los museos aparecerán en Europa más adelante”, explica la también peruana Gabriela Ramos, especializada en Historia Colonial y profesora principal de la Universidad de Cambridge.
Rivera de la Cruz tiene razón en que las Américas no fueron el Congo belga, aquel colonialismo europeo decimonónico o algo anterior que llenó los museos británicos, franceses, holandeses de piezas de toda clase robadas de aquí y allá. No, los españoles procedieron de otro modo, el que mandaba su siglo, pero la palabra es la misma. “¿Expolio? Claro, hay múltiples evidencias en los archivos y en libros publicados”, afirma María Castañeda de la Paz, doctora en Historia de América por la Universidad de Sevilla e investigadora de Instituto de Antropología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Si todo se quedó en el virreinato, cómo explicar la existencia de las flotas españolas que iban cargadas hasta España. En los archivos tenemos muchos testimonios de piedras preciosas cuyo rastro se ha perdido, es difícil detectar en qué se emplearon, pero probablemente en joyas; y el arte plumario, que allá no tenía el enorme valor que le daban en Mesoamérica, con el que se confeccionaron abanicos, escudos -que se mandaban a las iglesias-, trajes de guerra, capas… todas aquellas plumas preciosas eran muy perecederas, poco puede quedar de ellas”, dice.
El famoso penacho que Moctezuma supuestamente regaló a Hernán Cortés acabó en Viena, parte del imperio. “Y no todo fueron regalos”, asegura Castañeda, experta en códices mesoamericanos. “Joyas de oro y plata se fundieron en México y llegaron allá como lingotes, por tanto, no hay vestigios en los museos, buena parte de aquella riqueza se empleó en sufragar guerras”, o en fabricar emperadores. Castañeda sugiere que estos días de Semana Santa se eche una mirada a las sagradas custodias que procesionan por las calles españolas. “Esa plata llegó de América y antes habían sido joyas espectaculares que han quedado registradas en códices: ranas, aves, mariposas, todas se fundieron”. Juan David Montoya, profesor de la Universidad Nacional en Colombia y experto en los procesos de conquista del Nuevo Reino de Granada, comenta también que el oro de las minas se fundía en monedas que circulaban en todo el Imperio. “No se quedaba guardado en una alcancía”.
De oro y plata saben también en Perú y en Colombia, desde luego. Que se lo pregunten a Atahualpa, víctima del extremeño Pizarro, sobre cómo se forzó a los señores indígenas a que revelaran la ubicación de los tesoros. La gran obsesión de los españoles fue el preciado metal, abundante en estas tierras, relató el fallecido historiador colombiano Germán Colmenares en La aparición de una economía política de las Indias. “El oro anunciaba la inminencia de la muerte y de la tortura”. Los españoles, indican sus investigaciones con documentos de 1535, “ahorcaban, cortaban manos y asaban a los indios porque erraban como guías” en busca del oro. La palabra expolio, pues, se quedaba corta, y la responsabilidad de los españoles no puede envolverse en oropeles discursivos para distinguirla de la del resto de colonizadores, opinan los expertos.
En las polémicas declaraciones de la española Rivera de la Cruz apenas se menciona el tesoro de los Quimbayas, que se expone en el Museo de América de Madrid, regalo del gobierno del colombiano Carlos Holguín en 1893, dos años después de su hallazgo, dice la concejala que “en pago por servicios prestados”, en contra del criterio de la Corte Constitucional de Colombia. Isabel Arroyo, doctora en Historia de la Universidad de los Andes de Bogotá, critica también que “las élites republicanas instrumentalizaron el pasado prehispánico y no reconocieron a los legítimos herederos”. “España tiene responsabilidad de instaurar la expoliación de los indígenas, pero nosotros [los colombianos] la mantuvimos y también somos responsables”, afirma. “¿Qué derecho tenía ese presidente de adueñarse de algo que hace parte del pasado prehispánico?”. Cada quien tiene su culpa en la intrahistoria secular.
Desde Colombia, Montoya y Arroyo coinciden en que las piezas arqueológicas, sin embargo, son otro asunto. Defienden que los españoles del siglo XVI o XVII no tenían interés en aquellos tesoros prehispánicos, a los que veían como figuras diabólicas o paganas que debían fundirse para extraer el metal. La afición por las antigüedades vino después, cuando la nueva nación se reivindicaba como tal, y ahí jugaron su papel los guaqueros, que saqueaban las tumbas para vender a colecciones privadas.
Por tanto, hay una responsabilidad histórica en el expolio y otra actual para enmendar aquello, como están reconociendo muchos países, también España, al menos una parte del espectro político. Y el asunto no es sencillo. La doctora Laura Van Broekhoven, directora del museo Pitt Rivers de Oxford, distingue dos conceptos que se usan estos días: repatriación y rematriación. El primero se refiere a devolver las piezas “tomadas sin el permiso de los pueblos indígenas” a la patria que fue colonizada, valga la palabra, aunque tenga matices. “Para algunos de estos pueblos, sobre todo cuando se trata de objetos sagrados o secretos, o de restos humanos, ese tránsito de un país a otro solo supone un cambio de contexto, de un museo a otro museo, pero no a su destino originario o filosófico”, explica. Sin ese “debido cuidado cultural” no se satisfacen los deseos de las comunidades originarias. Por eso, Van Broekhoven, profesora de Ética y Estudios Museísticos, explica que algunos pueblos indígenas prefieren referirse a rematriación, en el significado de que el objeto o el ancestro pueden regresar a la madre tierra.
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