López Obrador vs Xóchitl, una batalla perdida

La hidalguense está resultando material radioactivo para la hasta ahora infalible estrategia de comunicación del presidente y tras la efervescencia mediática que ha experimentado

Opinión06 de julio de 2023 Jorge Zepeda Patterson
Jorge Zepeda Patterson

Xóchitl Gálvez está resultando material radioactivo para la hasta ahora infalible estrategia de comunicación del presidente Andrés Manuel López Obrador. Luego de la efervescencia mediática que ha experimentado la hidalguense, en parte generada por los involuntarios reflectores que el propio presidente le otorgó al cerrarle el paso en la mañanera, todos los intentos de hacer control de daños desde Palacio Nacional han sido infructuosos. Peor aún, lejos de apagar el fuego, se han convertido en combustible adicional para la caldera en la que se cocina el lanzamiento de Xóchitl. Con cierta sorna, pero no sin razón, este martes ella agradeció que el presidente se haya convertido en su jefe de campaña.

Desde hace varios días, López Obrador ha utilizado la tribuna de la Mañanera para descalificar la precandidatura de Xóchitl. Con ello no ha hecho más que fortalecerla. En política existe la regla no escrita de que la relevancia de un contendiente la establece el tamaño de su rival. Hacer rounds de box en el ring del presidente le confieren a Xóchitl un cartel político que ni en sus mejores sueños ella se habría imaginado. En este momento no son Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard quienes debaten contra su muy probable rival en la lucha por la presidencia, sino el jefe de ellos. En materia de símbolos, eso es oro molido para Gálvez y lo está aprovechando al máximo porque, para el espectador de esta rencilla, ella queda por encima de las corcholatas, al menos por el momento. “Usted me va a entregar la banda presidencial y yo se la voy a recibir con una amplia sonrisa”, dijo ella, muy hábilmente, en este tira tira con Palacio Nacional.

Parecería extraño que el presidente no se haya dado cuenta de que hablar de Xóchitl es adverso a sus intereses, considerando que él se vio beneficiado justamente por el mismo fenómeno, cuando Vicente Fox se obsesionó con el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México y, al atacarlo, lo convirtió en figura nacional.

Y, sin embargo, por evidente que parezca, para el obradorismo resulta difícil improvisar otra estrategia. La descalificación desde el micrófono presidencial ha sido el recurso infalible para desgastar a todo rival político. No ha fallado. Hoy esta estrategia parecería ser víctima de su propio éxito. En este momento entre más ataque a la precandidata de la Alianza más la fortalece.

Por más que esto resulte evidente, no es fácil para el movimiento obradorista proceder de otra manera, justamente porque todas las estrategias pasan por López Obrador. Los analistas o caricaturistas afines, capaces de emprender una crítica de Xóchitl Gálvez, tienen muchísimo menos peso mediático que sus contrapartes. Y es que el movimiento no generó una política de comunicación porque no la necesitó: el presidente se bastaba para la tarea.

El problema para López Obrador es que Xóchitl Gálvez carece de algunas de las debilidades que hacían tan vulnerables a otros adversarios de la 4T. Por un lado, su humilde origen social, parcialmente indígena. Podrá acusársele de estar explotando publicitariamente tales orígenes, pero no los ha inventado. Su procedencia del “México profundo” dificulta la crítica por parte del presidente, que suele instalarse en la narrativa de una confrontación entre los de arriba y los de abajo, algo que siempre le había funcionado. Pero al provenir de una cuna más modesta que la de las corcholatas, o incluso que el mismo López Obrador, de entrada es un enfoque frente al que ella queda blindada.

Para darle la vuelta a este problema, el presidente la ha acusado de ser títere de intereses inconfesables, vinculados a la mafia en el poder. El problema no sería ella, o no el principal, sino lo que representa. Pero Xóchitl también posee un antídoto frente a este argumento, un antídoto que se convierte en contraataque: ella sostiene que ha sido una profesional exitosa que se abrió camino por su propio esfuerzo sin necesidad de ningún “cabrón”. Acusarla ahora de ser títere de alguien, afirma ella, es un rasgo de misoginia porque muestra la incapacidad de López Obrador para reconocer los méritos de una mujer. El martes el presidente terminó a la defensiva presentando datos que dan cuenta de la paridad de género en su gabinete y este miércoles continuó con su arremetida.

En fin, me parece que López Obrador está viviendo un momento inédito en su estrategia de comunicación y que, de cara a Xóchitl Gálvez tendría que reconsiderarla, porque en esta batalla tiene todas las de perder. Primero porque, como se ha dicho, le otorga una extraordinaria exposición y la eleva en jerarquía política. Segundo, porque la victimiza al convertirla en objeto de un ataque desde el poder y con los recursos del Estado. Y tercero porque es ilegal. Más de un analista ha recordado que el “cállate chachalaca” de López Obrador en 2006, era un clamor del entonces candidato de la oposición contra la intromisión abusiva del presidente Vicente Fox. Justo a raíz de eso, y solicitado por la izquierda, se endurecieron las normas electorales para impedir que los mandatarios utilizaran su situación privilegiada para vapulear a un aspirante a sucederlo. Utilizar la tribuna de Palacio Nacional contra un precandidato de oposición violaría explícitamente esas leyes. En suma, por donde se le mire, esta es una confrontación que López Obrador tendría que abandonar. Por lo pronto, ha conseguido que, en lugar de tener un rival tan a modo como Santiago Creel para la batalla final de la sucesión, enfrente ahora a una posible candidata con perspectivas impredecibles. Un tanque de oxígeno para una derecha que se encontraba en estado catatónico.

Me parece que el obradorismo ha equivocado el interlocutor y el enfoque. Tendrían que ser Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, en su momento y no ahora, quienes encaren a su rival, si es que, como parece, Xóchitl consigue la nominación. Y tampoco creo que la mejor línea de argumentación sea poner en duda si el güipil y su ADN indígena es auténtico o si tuvo una infancia verdaderamente sufrida. Se trataría, más bien, de valorar frente al futuro votante si este personaje de verbo florido y ocurrente tiene los mínimos necesarios para hacerse cargo de los destinos del país. Habría que apostar a que el ciudadano acuda a la comparación de un modelo respecto al otro, de los atributos y capacidades de Claudia o Marcelo frente a los de Xóchitl y decida así a quien otorgarle las riendas del gobierno.

Pero claro, el tema es ver si el presidente puede dejar a otros esta tarea o quiere seguir siendo el protagonista de todas las batallas, incluso perdiéndola.

Reproducido de El País

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